Los números nones son perfectos, por ello mi número favorito es el tres. El tres es vida. Es razón, materia y espíritu. Todo lo bello es una tríada de movimiento puro, simetría y armonía. En mi búsqueda de belleza, así dispongo todo en casa: tres jarrones de diferente altura, tres cuadros juntos, tres velas que iluminan la noche.
Soy triangular. No cuadrada. Aunque giro en círculos en torno al orden, la rutina y a los rituales que me dan paz. Obtengo tranquilidad en el silencio y la soledad, al soñar mundos distintos mientras me lleno de palabras que encuentro entre hojas, imágenes o en el aire. En cambio, entro en un estado de ansiedad cuando un cuadro no está perfectamente alineado, cuando el ruido es tal que no escucho mi propia voz.
Nunca pensé que dos pudiera ser también un número cuasi perfecto… positivo, abundante, bondadoso. Dos revolvió el universo cuando llegó a habitar conmigo, alteró la calma con desbalances que trajeron consigo estornudos y lágrimas. ¡Me convertí en el monstruo que expulsa palabras a la velocidad del rayo! Trastornada por el desorden infinito que mi mente percibía, sin dudar si correspondía o no con la realidad en el mundo exterior. No toleraba ropa en el piso, remolinos de cosas luchando por salir del cajón, objetos fuera de su lugar.
El muy ladino de dos me preparó sin saber para la esperada llegada de tres, en una especie de entrenamiento intensivo. Confrontó mis paradigmas creando constantes luchas internas y externas para quebrar mis esquemas. Aquellas ideas fijas y expectativas, de lo que debía ser, se desdibujaron ante mis ojos. Resistí, negué, evadí… creí que ceder cambiaría los valores que fundamentan mi existir. ¡Tonta! los valores son eternos. Aun así, me perdí.
No pude vislumbrar lo que llegaría: dolor sin sueño mientras el tiempo transcurría en el reloj de arena. Meses que pasaron más lento de lo normal pero también más rápido de lo deseado. Tal vez esto es la nostalgia, un dulce dolor que se extraña.
Desconocía el método para manejar estas nuevas variables. Yo, uno, la que sin el orden no existe, perdí el control. Para retenerlo, inicié una purga desaforada de objetos que llenaban todos los rincones de casa. Por más que deseché, no acabé con los artilugios de colores que la invadieron, que se reproducían.
Evasión.
Hubo momentos que visualicé una realidad alterna, pues me era imposible multiplicarme por dos, para dividirme otra vez y atender el espacio compartido con mis números. Me convertí en un fractal. Repeticiones infinitas, rotas, recompuestas. Sin darme cuenta, uno quedó fuera o al final de la hilera. Acurrucada bajo una manta, mientras tres crecía y dos intentaba descifrar el código para que dejara de llorar, hiberné sumida en un sueño profundo para recargar energía. Dos era el contrapeso, el que con la ligereza del viento iba de una carcajada a otra hasta que se apagaba por mi intransigencia. Brotes no anunciados del monstruo azul: el controlador.
A los pocos meses de la llegada de tres, exhausta, me transformé del monstruo vomitivo al dragón dormido, con flechazos de luz donde la razón me iluminaba el corazón — cada vez más grande — producto de una geometría sagrada. Por tres revisé mi irracionalidad, tracé un nuevo camino en el plano, enfrenté obsesiones. Después de todo, tres es mi número favorito, mi fuente inagotable de esperanza. Dos era caos, tres sosiego. Ambos la constante impredecible que alimentaba el alma.
El señor tiempo pasó. Meses, años. Hasta el momento que cuatro, una nueva vida, continuó con la permutación de mi existencia. Él era el faltante de nuestra ecuación, él dio un nuevo orden a las cosas. Cuatro brindaba una divina proporción a la familia, inundando los espacios y los contornos de los días con su alegría. Poco a poco dejó de importar que por el suelo hubiera proyectiles de lego, ruido creado por risas infantiles y ladridos felices a forma de coro. Sí, cinco se convirtió en parte de la familia, un alma animal que regresa a la paz en un instante con solo desearlo.
Del uno al cinco.
Los números nones son perfectos.
Hoy, vivo una sucesión de pausas y notas musicales que inundan cada momento, reverberando en el corazón una melodía cuyo ritmo se mueve al compás de los días. Al fin, acepté que lo único cierto es lo impredecible, lo incontrolable. Decidí recorrer agradecida el camino recto hacia mi destino, el único que no podré evitar: la muerte. Ahora sé, que en un abrir y cerrar de ojos, tres y cuatro saldrán de mi espacio. Cohabitaremos solo dos y yo. O tal vez no. Carece de importancia. Lo bello de la geometría no es la extensión sino sus recorridos.
Encontré la paz que reconoce que no soy producto de algo, soy el resultado de mis elecciones. Soy materia infinita como el alma y a la vez finita como el cuerpo. Un teorema. Ondas y partículas. Una parte minúscula de la física cuántica de la vida.
4 comentarios
Añade el tuyo →Disfruto mucho lo que escribes. Y me encanta ademas la perspectiva y la divergencia de como lo escribes. Que sigas disfrutando encontrarte en tu escritura. Felicidades. Tqm.
Muchas gracias por leer. Y más por escribirme unas líneas. Te quiero mucho❤️❤️❤️
Hermosa analogía de la vida y los números, me encanta lo que escribes, abrazos
Muchas gracias por leerme, me llena el alma que me dediquen unas letras. Te mando un abrazo grande.