La casa está que arde. En los últimos días es intolerable convivir con el otro. Hoy el esposo despertó de malas. Rara vez contesta cuando su mujer se dirige a él. Prefiere recostarse lejos de ella y perderse por horas en el canal deportivo, teniendo excesivo cuidado de que sus miradas no se crucen para que ella no le pida arrumacos. ¡Como si ella quisiera tenerlo cerca!
El pequeño de la casa rehúye del cuarto de sus padres. Parecen molestos. Si por error se hablan, las palabras son proferidas en un tono cortante y agresivo. Estuvo a punto de preguntar ¿y ahora qué? Pero alcanzó recular a tiempo.
El hijo mayor contesta con gruñidos cuando su madre le habla. Al menos hoy no ha azotado la puerta de su cuarto, aunque el ruido continuo del ventilador apaga cualquier sonido que se atreva a pasar por ella.
Hasta el gato de la casa huye del contacto, pasando horas escondido debajo de la cama donde nadie lo alcance.
Pero ese fin de semana todo cambió cuando llegó él. Se presentó a la puerta de la casa robusto, blanco, agradable a la vista. El esposo, hastiado, le permitió quedarse con ellos al ver a su esposa emocionada.
La atmósfera cambió. El esposo dejó que ella apoyara la cabeza sobre su hombro mientras veían una comedia de los ochenta. La mascota salió de su escondite para que nuevamente le acariciaran las orejas y la panza. El pequeño de la casa se recostó al lado de su madre llenando la habitación de carcajadas. El hijo mayor regresó al cuarto de sus padres, después de mucho tiempo de no hacerlo, y pasó horas sentado en el sillón con su teléfono celular hasta que el sol se ocultó.
Llegó la hora de dormir. Los hijos se fueron a su habitación. La pareja cerró la puerta de la recámara y discutió sobre qué lugar ocuparía el nuevo habitante. De ahora en adelante dormiría con ellos.
Al día siguiente todo era alegría y felicidad. Las bestias en las que se habían convertido la última semana los abandonaron. Panchito, como acordaron llamarlo, había apagado las llamas de la discordia y reavivado una relación familiar que se había mostrado tensa.
Desde que Panchito llegó ha vuelto la paz —dijo convencido el esposo a su señora— gracias por haberlo comprado en línea. Por fin el méndigo calor no me tuvo despierto por la noche. ¿Cuánto dices que te costó el aire acondicionado?