La piel se aferra a sus huesos porque es lo único que le sostiene. Los años se encargaron de consumir la carne de su cuerpo. Mi padre se viste con varias capas de ropa para cubrir apariencias, para disfrazar su flaqueza. Pero sobre todo para engañar a la muerte.
Siempre hace frío, no hay sol que conforte un alma envejecida.
Habla poco como resultado de una sordera implacable. El silencio a veces es abrumador.
Compré una pequeña pizarra para poder comunicarnos.
– Ahora sí te escucho, me dice con entusiasmo.
Todas sus pertenencias caben en un par de cajones. Se ha ido desprendiendo de lo que no es importante.
Su único pasatiempo es leer. Ha devorado sin piedad todos los libros que hay en mi modesta biblioteca.
También le compré una lámpara de buró que le permite iluminar sus noches de insomnio.
Ya no quiere medicinas, ni doctores. Mucho menos hospitales.
Dice que después de los ochenta años la vida se vuelve aburrida.
Cada mañana me pregunta qué cosa haremos, a dónde iremos. Imagino que trata de aprovechar lo que resta de vida.
A veces me invade la tristeza.
Pero él me invita a ver las cosas de una manera distinta.
–Hija, esto no es el fin. Sino la preparación para un nuevo comienzo.
1 comentario
Añade el tuyo →Adriana cada vez que lo leo me conmueve hasta el alma. Muchas gracias por tus palabras