Thelma

Despertó con el corazón retumbando en sus oídos. Volteó a ver el reloj, marcaba las 4 de la mañana. Pensó que la había despertado un mal sueño. Trató de acomodarse de nuevo en la cama. ¡Tas, tas, tas! Tres golpes fuertes y consistentes retumbaron en el librero. No había sido una pesadilla.

Sofía atendía a su tía enferma de jueves a domingo. Thelma había sido una madre para ella, los años fueron injustos; la artritis comenzó a cubrir su cuerpo desde los 30 años, a los 60 ya le era imposible moverse. 

Las últimas semanas Sofía había detectado que su tía hablaba con alguien cuando estaba sola en su habitación. Consideraba estos desvaríos como efecto secundario de la morfina, cada vez le recetaban dosis más altas.  Su tía siempre fue atea así que estaba descartada la opción de que se comunicara con seres celestiales o familiares fallecidos. 

Cuando era una niña sintió que alguien le respiraba en la nuca. Siempre le pasaban cosas extrañas en esa casa pero su tía Thelma le decía: Chamaca, deja de inventar cosas, serías buena escritora tú. — Con eso desviaba el tema — .

¡Tas, tas, tas! Otra vez esos golpes. Sofía por fin encontró valor para quitarse las cobijas e incorporarse de la cama. Con las manos sudorosas giró el picaporte, estaba a punto de salir corriendo, la puerta se azotó. Un frío que nacía desde el hueso la paralizó; otra vez, después de años, ese aliento en la nuca. Entonces lo supo el abuelo se hacía presente. Como si el viento chiflara, entendió que le hablaban aunque no distinguió la frase completa, sólo reconoció el timbre de voz y la palabra Thelma.

A la mañana siguiente Sofía preparaba el desayuno. La enfermera llegaba a las diez para ayudarla a mover a su tía y lavarle las llagas que se expandían por su piel. Mientras batía los huevos no dejaba de repasar la escena de la noche anterior: ¿me dijo Thelma?, ¿lo aluciné? 

 Conforme pasaba el día la casa se cubría de un frío desolador, ni las cobijas térmicas ayudaban a que Thelma dejara de temblar; no podía echarle encima más peso porque los dolores la desgarraban. La sobrina se empezó a preocupar.

Llenó la tina, le puso gotitas de lavanda, le pidió a la enfermera que la ayudara a desvestirla y a meterla unos minutos al agua caliente. Sofía, estaba al pendiente de no dejarla sola así que en lo que salió por ropa limpia le pidió a Doña Mary que la vigilara.

Un grito ahogado hizo que Sofía corriera al baño. Doña Mary, pálida, sostenía la mano de Thelma. 

— ¡¿Qué pasó?!

— ¡Muerta, pensé que estaba muerta! — dijo Doña Mary — .

Thelma, se atacó de la risa, había fingido no respirar para ver qué hacía la pobre de Doña Mary. Sofía ya no podía más, el mal dormir le elevó los nervios y el estrés. La cara de la enfermera y las carcajadas alegres de su tía la hicieron sentirse más ligera por primera vez en el día. 

Se fueron a dormir, después de darle las medicinas y de cobijarla bien, salió a su cuarto. Durmió como un bebé. 

La navaja de afeitar estaba en el suelo junto con la mano de Thelma que colgaba en el borde de la cama. La sangre cubría las sábanas y el piso. Las facciones de su tía, por primera vez en años, se veían relajadas… ahora sin vida.

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Me encanta como escribes amor y en cada escrito se va notando como vas mejorando, estoy muy orgullosa de ti, me da gusto que te hayas atrevido hacer lo que tanto te apaciona

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