En la década de los ochenta mis padres compraron un tiempo compartido en la montaña, decisión extraña porque las estadísticas indican que el turismo prefiere la playa como sitio vacacional. Nunca he sabido porque escogieron ese lugar; a veces creo que fue la montaña quien nos eligió a nosotros.
Recuerdo que el menor de mis hermanos tachaba con rojo en el calendario los días que faltaban para el viaje. Como si tuviera una cita con el destino. Siempre íbamos en verano, cuando la lluvia lo pinta todo de verde y bajan pequeñas cascadas por las paredes de los desfiladeros.
Para llegar hay que aventurarse varios kilómetros en una carretera angosta que se pierde en la selva tropical, y transitar curvas caprichosas que dibujan el camino. Mi abuelo, para no aburrirse, solía contar cada una; yo lo intenté en un par de ocasiones, pero el movimiento del auto provocaba en mi organismo un malestar indescriptible.
Antes de llegar al pueblo era necesario desviarse por un sendero de piedra muy empinado; dicen que fue trazado por los animales del monte, por lo que nuestra andanza era en zigzag hasta llegar a lo alto.
Conforme subíamos, el pueblo se veía cada vez más pequeñito, parecía un nacimiento de casas blancas y tejados rojos. Una vez en la cima había un letrero de bienvenida: «Usted está en el cielo». Era verdad.
Podría contar mil razones por las que nos encantaba ir cada año a la montaña, pero solo mencionaré las favoritas. Empezaré por decir que el aire fresco nos saludaba cada mañana; a veces, atrevido, despeinaba nuestras melenas y enchinaba nuestra piel, y otras, nos embriagaba con su aroma a pino.
Al valiente que madrugaba tenía por recompensa descubrir en el relieve de la sierra las siluetas del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, los amantes eternos. Juro haber sido testigo de uno que otro beso.
Muchas noches nos acostamos en la tierra húmeda para disfrutar el firmamento; de tantas estrellas fugaces, nos aburrimos de pedir deseos.
En largas caminatas nos encantaba sentir el crujido de las hojas secas del encino bajo nuestros pies. A veces me sentaba a la sombra del árbol de mayor linaje, cerraba los ojos y abría el resto de mis sentidos; en cuestión de minutos podía distinguir con precisión la brisa proveniente de cualquier punto cardinal.
Por la noche nos aterraban las tormentas de verano con sus intensas rachas de viento y descargas eléctricas escandalosas. Solo encontrábamos alivio en dormir acompañados.
El nuevo día trajo consuelo divino, el cielo tocó tierra. Un mar de nubes lo cubría todo, dóciles se mecían con el vaivén del aire. Era imposible ver más allá de mi nariz.
Siempre creí que el cielo era azul, estaba equivocada, en realidad carece de color, no lo necesita. Es un lugar formado por infinitas y pequeñas partículas de luz. Tampoco hay tiempo. Todo se detiene, hasta el palpitar del corazón. Es el perfecto y natural estado de existencia eterna. Cantos de ángeles enamoran al que no tiene los pies en la tierra.
Salió el sol, se disipó el momento. Pero ya no éramos todos, ni seríamos los mismos. Mi hermano Héctor, fiel a su cita, se embarcó en ese mar de paz.
22 de julio de 1986.
16 comentarios
Añade el tuyo →Hermoso relato lleno de amor y de paisajes que siento que puedo tocar.
Gracias por compartir tu corazón, creo que Héctor también se enamoró de ese maravilloso lugar .
Que emotiva manera de honrar a tu hermano y llevarnos a disfrutar de cada detalle.
Adriana, me encanto tu historia
Lo disfruté mucho y te vi, los vi. Muy íntimo y hermoso. Todos partiremos puntuales, no en nuestro tiempo y quizá no a voluntad propia pero, será perfecto. Otros nos recordarán con el mismo amor que tú lo haces hoy por tu hermano. Dios te bendice.
Hermoso relato y homenaje a tu hermano y a toda tu familia
Muy bonito relato. Una parte de tu vida muy importante. Un contacto con la naturaleza muy fuerte que unió y marco tu vida y la de tu familia. Se generó un fuerte vínculo con la hermosa montaña, que inicio en la niñez y aún continua.
Se puede sentir cada instante, gracias!! Hermoso relato lleno de amor y nostalgia.
Me transportaste a ese lugar!!! Gracias por compartirlo
Wow, nuestro rinconcito cerca del cielo que nos vio crecer, tan lleno de magia y de recuerdos. Ahí donde ansíamos volver cada año, ahí donde el tiempo se detiene para seguir soñando juntas. Te quiero y extraño muchísimo
Hermoso!!! Porque el destino con la muerte en la cima del cerro siempre fue un maravilloso encuentro con la vida, y estoy segura que lo seguirá siendo.
Pude sentir cada curva, me imagine el cielo, sentí el aire fresco. Me encanto!!!!!
Te quiero.
Gracias Adri por este hermoso homenaje a la vida, a tu familia, a tu hermano. Taxco tiene una magia que nos has ayudado a conectar. Abrazo enorme:
Cómo siempre, eres especial para describir los momentos más importantes de nuestra vida. Gracias por rendirle un tributo tan hermoso a mi HÉCTOR
Te quiero muchísimo ❤️⭐️❤️
Que hermoso compartes esta parte de tu historia.