Detrás de la primera vez

Sentada en el coche, esperando a que el semáforo cambie a verde, me llega esta idea que escuché por ahí el otro día: «La gente normalmente no se percata de cuándo será la última vez que hará algo que le guste». No sé por qué, pero empecé a recordar todas las primeras veces que hice algo, de esas sí que nos acordamos. 

De niña siempre me mandaba sola  -sin nadie que estuviera muy al pendiente de adónde iba o con quién me juntaba-. Claro que tenía a mi mamá, que sólo parecía darse cuenta de mi existencia cuando me ponía shorts o vestidos, según ella cortos. Se incorporaba de la cama, me recorría con la mirada y me decía que vestida así ningún niño me tomaría en serio, y menos si me lo pasaba jugando futbol con ellos como si fuera «marimacha»; que si un día abusaban de mí no llegara hecha un drama. Trataba de no darle importancia a sus reproches, pero fueron germinando hasta que renuncié al equipo de fut. Nunca me preguntó las razones de mi repentina decisión, ni siquiera cuando vio mis tachos en el bote de basura.

En aquella época me di cuenta de lo sola que estaba y del enojo que llevaba acumulado. Dicen que no recordar todo a veces es sano para no caer en la locura. No lo sé, a lo mejor tienen razón. Lo que sí recuerdo son todas las veces en que la realidad me demostró que mi vida y la manera como me cuidaba mi mamá no eran muy normales. En silencio, añoré tanto esas rutinas familiares aburridas en que la comida —con diferentes platillos— está lista antes de que los niños lleguen de la escuela, y el papá se sienta y la mamá sirve. Machista, tal vez, pero hay la sensación de un hogar. 

Cuando a mis amigos empezaron a obligarlos a ir a catecismo, yo me reía de ellos, pero por dentro deseaba que mi mamá me obligara también y no sólo sacara todas sus frustraciones gritándome y haciéndome sentir que nada de lo que yo hacía cubría sus expectativas. Ahora pienso que ni ella sabía lo que quería, solamente se dejaba arrasar por las tristezas y por las consecuencias de sus decisiones sin tomar responsabilidad de nada: la eterna víctima.

Hablé con la monja de la catequesis y me permitió asistir los días en que mi mamá salía a cobrar las rentas y demás pendientes. Terminé haciendo la primera comunión en una misa dominical común y corriente. Me gustaría decir que me acompañaban mi mamá y mis abuelos, pero no: tomé la comunión rodeada de muchos extraños que me miraban con ternura y, aunque no me guste aceptarlo, también lo hacían con compasión.

Nunca dejé de extrañar los entrenamientos y partidos de soccer con mis amigos. Aunque los seguía frecuentando de vez en cuando, no era lo mismo que compartir la adrenalina del deporte. También echaba de menos disfrutar con disimulo los cuerpos atléticos de mis compañeros. Aunque por regla general se comente que el cuerpo de la mujer es más estético, el del hombre también tiene su encanto: un torso bien definido o unos brazos donde se marque el músculo del hombro es muy sensual. Los hombres sí pueden platicar con desparpajo de que se fijan en las caderas o los bustos bien marcados, pero si nosotras decimos abiertamente que a veces nuestras miradas son atraídas hacia las pompas se nos toma como fijadas o zorras. A mí no me da pena decir que a veces volteo a verles hasta el «frente inferior». La diferencia que encuentro es que las mujeres somos más discretas que los hombres, pero el poder de atracción es igual para ambos sexos. Esta discreción que hemos desarrollado creo que está dictada por el deber ser social.

De adolescente experimenté el contacto de la piel y del roce —no tan inocente— del cuerpo masculino, pero, a pesar de la libertad que gozaba, escogí pacientemente con quién tendría mi primera vez. Para ser sincera, eso de llegar virgen al matrimonio nunca me hizo sentido porque ni siquiera estaba segura si me quería casar. Lo que sí sabía era que no me quería quedar virgen. 

Enamorada hasta decir basta y apasionada como siempre he sido, a los 18 años conocí el paraíso en las manos de ÉL. Para mí era perfecto, me hacía reír con sus ocurrencias y disfrutábamos de largas pláticas; aguantaba mis enojos e inseguridades y me ayudaba a calmar mis tormentas mentales. Fue mi novio por algún tiempo; como dos adolescentes disfrutábamos de las fiestas, bailábamos e íbamos al cine. Pasábamos largas horas en la casa de mis abuelos, con quienes vivía en esos momentos, y bueno, todos sabemos que no hay nadie que aproveche mejor una casa sola que dos enamorados. 

Nos habíamos besado y tocado muchas veces, pero por fin ese día dejé que la faena del amor llegara más allá. Con tan sólo evocar ese momento vuelvo a sentir las vibraciones eléctricas que produjeron nuestros cuerpos; sus manos grandes recorriendo mi espalda y atrayéndome hacía él; su lengua recorriendo mi cuello y mi boca devorando su mentón afilado. Recuerdo que ese día nos disfrutamos como si fuera el último juntos y revivimos la experiencia esa misma noche como dos desesperados, tratando de calmar la sed que teníamos el uno por el otro. 

Pensé que al día siguiente me sentiría usada, sucia o rara, pero me sentí libre y dueña de mí misma. Quise analizar los motivos por los que di ese paso; sabía que nos amábamos, pero no era una explicación suficiente, al contrario, creía que encerrar mi primera vez en el cajón del amor me volvería víctima de las circunstancias. Realmente lo hice porque quería dar un paso más en el descubrimiento de mi sexualidad.

Ese día fue mi primera vez de muchas cosas, pero aquella que tengo más viva en mi recuerdo es ese momento en que decidí disfrutar todas las experiencias sexuales que nos aventuráramos a tener. Teníamos un universo colisionando dentro de nosotros, y nos dedicaríamos a amarnos desde el genuino placer.

Fueron varios años los que compartimos hasta que un día terminó y, sin apegos, nos dejamos ir. Ese primer adiós también lo recuerdo.

12 comentarios

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En un mundo tan cerrado para hablar de la sexualidad de una mujer no sé si disfruté más tu historia o tu inmensa libertad para narrarlo, te felicito enormemente te aplaudo de pie

Me encanta leer tu mensaje Gaby. Gracias gracias por leerme y sobretodo gracias por tus palabras, significan mucho para mi.

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