Contaré esta historia tal y como me fue contada porque no quiero omitir detalles ni añadir excesos.
Era una joven pareja que se quería como pocas, un amor de ensueño.
Se conocieron en una pequeña provincia, calurosa casi todo el año.
Fue un cariño espontáneo en el que fue suficiente un roce de manos y un par de sonrisas para quererse.
Ella quedó encantada cuando oyó su voz de hombre alegre y bueno.
Él le robó el primer beso en un flaqueo de prudencia.
En su aniversario compraron un boleto de lotería.
Escogieron media docena de números. Ninguno al azar. Cada uno con un significado poderoso.
5, 26
7, 23
4, 12
Se hizo costumbre jugar a la lotería en ocasiones especiales. Siempre con los mismos números.
Por razones injustas debieron separarse. A veces el destino pone trampas cuando la felicidad parece invencible.
No volvieron a verse. No supieron nada el uno del otro.
La vida continuó.
Cuando el olvido parecía haberse apoderado de su historia, hubo alboroto en el pueblo.
Se decía que dos afortunados habían ganado la bolsa acaudalada.
En un acto de fidelidad invisible, de recuerdo voluntario, cada uno jugaba en honor a aquel encuentro: un boleto de la suerte con los números pactados.
Ninguno fue a reclamar el premio. No era necesario.
Se habían encontrado de nuevo: ya eran millonarios.