Llevo esperando casi un mes. Me levanto temprano y me visto con la ropa elegida la noche anterior. Dudo si maquillarme aunque sea un poco. Decido que sí. Después de todo esta imagen será vista por diez años. ¿Por qué no puedo seguir presentado la foto de cuando tenía dieciocho años y no cuarenta y ocho? Impaciente espero mientrás él está listo. Salimos de casa. Cuento los minutos ansiosa pues no sé si pierda la cita por llegar tarde. Bajo del auto. No sé porque me pone nerviosa hacer filas. Hay dos ¿en cuál me debo formar? Deduzco que en la de las personas que no tienen papeletas. ¡Que chistoso que a pesar de ser puros adultos parecemos niños queriendo hacer la fila parejita! Buscamos respetar las líneas amarillas en el piso que marcan la distancia entre personas. Solo podemos vernos los ojos, más se intuye la expresión completa debajo del cubrebocas.
Saco mis papeles para revisión y me doy cuenta que olvidé el acta de nacimiento. Le marco a él. Apenada le pido si por favor puede regresar a casa por ella.
— ¿Cómo? ¿se te olvidó? — le escucho decir un poco exasperado.
— ¡Pues por buscar el comprobante de domicilio que perdiste tú! — le contesto.
Me toca mi turno. Le explico a la señorita que revisa la documentación. Ella dice:
— No se preocupe. Puedo esperar a que traigan su acta.
Me siento mal de reclamarle a mi esposo hace unos minutos. Mientras espero observo a los demás: mujeres, hombres, jóvenes, viejos, solos, acompañados. Al verlos con más detenimiento puedo distinguir clases sociales, ideologías y a algunos que tal vez prefieran el uso del les. Veo a trabajadores del INE que ayudan a empujar sillas de ruedas atendiendo primero a personas que necesitan más apoyo. Escucho extrañada la paciencia con la que la mujer de la recepción atiende a un señor alto medio sordo que camina cansado.
— ¿Olvidó su acta? Ah pero trae licencia ¿Cuántos tiene? ¿Más de sesenta? Pase, esperemos que el sistema lo reconozca.
Después se dirige a un par de ancianitas bajitas que llegan tomadas del brazo, con su pelo cano atado en un chongo y vestidas con delantales de colores.
— ¿No tiene acta o licencia? ¿Trae un testigo? Muy bien, entonces ella puede acompañarla para comprobar su identidad.
Me vuelvo a formar, tal vez me deje entrar como a ellos. El joven que está delante de mí me pregunta:
—¿Sabe usted si reciben sin cita? Es que se me acaba de vencer la crede en el 2021. Soy chofer de uber y si no me la tramitan pronto no voy a poder trabajar. Y luego ¿cómo voy a ganar dinero?
Simpatizo con su angustia. Le respondo que no sé pero seguro la señorita sí.
— En ese letrero dice “Citas aquí o en línea”— dice alegre la mujer delante de él.
Escucho mientras le informan que ahora sólo en línea se hacen citas por la pandemia. No vale señalar al letrero.
— Suerte — dice el joven al salir.
Me toca mi turno otra vez. Pregunto si puedo pasar sin acta como el señor alto. Ella con una sonrisa me responde:
— No creo que tenga más de sesenta, solo los de la tercera edad pueden pasar sin ella. No se preocupe, no pierde su cita. Esperamos un ratito.
Salgo del edificio, la fila está más larga. Me vuelvo a formar. El de dos lugares adelante tose con una tos de perro espantosa. El señor que va delante de mí y yo nos movemos disimuladamente dos rayitas amarillas atrás. Llega por fin mi acta. La mujer que va detrás de mí se da cuenta de ello y lo toma como señal para platicarme todo el camino, mientras estamos de pie o vamos saltando de silla en silla:
— ¡Ah no soy la única tonta! A mí se me olvidó ayer. Me dijo la seño, para no errarle qué es, que podía ir y regresar aquí antes de las doce. Pero si no llegaba a mi trabajo me descontaban el día. Entonces me dio chance de venir hoy temprano. ¡Qué horror ese joven que está tose y tose! Seguro trae el bicho. Pero no ha de ver querido faltar porque no te dan la cita luego luego. Así que jódanse todos. Que no manche. Lo bueno es que es rápido. Yo casi cancelo hoy la mía. Traigo un fogazo de los mil demonios aquí al lado de la boca y me voy a ver horrorosa en la foto. Y luego traigo espinillas de puberta por esta porquería de cubrebocas. Pero me aguanté la vanidad y aquí estoy. ¡Hay que alejarnos más de ese señor! Yo sólo tengo una vacuna. Me sentí muy muy mal cuando me la pusieron y ya no quise ponerme la segunda por miedosa. Y en navidad ¡tómala, que me da el mentado covid! ¿Cree que sirva como vacuna? Ya estoy bien, no se vaya a asustar. ¿A usted no le ha dado?
— Tres veces y me puse ya dos vacunas. La semana pasada terminé mi última cuarentena — le contesto divertida porque me habla de usted y es probable que seamos casi de la misma edad.
Ya adentro leo rápido los carteles y pienso ‘ay no, si podía usar aretes y no me puse.’ Ella continúa hablándome hasta el momento de pasar. El señor al otro lado de la pantalla plástica me hace preguntas sobre donde vivo y quién soy. Toma mis huellas dactilares y me causa gracia que cada vez que toco algo rocía un líquido y limpia cuidadosamente con un trapito. Poco faltó para que me rociara a mí. Pero imagino que es protocolo. Cuando me toma la foto dice:
— Salió con los ojos muuuuy abiertos ¿por el flash verdad? se la vuelvo a tomar. ¡Listo! mire la foto ¿le gusta así? ¿o le tomo otra?
— Está bien — le contesto, pues creo que las arrugas ya no se disimulan.
Me da una papeleta que guardo con mucho cuidado en mi bolsa.
— Suerte con la foto — le digo a mi compañera de fila mientras me da una bendición de despedida.
Esta es la cuarta vez que vengo a sacar la credencial para votar. Con cada foto veo el paso de los años y como he cambiado. La única constante es que sigo sintiéndome orgullosa de poder votar para ejercer mi obligación y derecho cívico. En este Instituto aún se respira una cultura política democrática que nos iguala a todos los ciudadanos a las mismas condiciones. Un lugar dónde todos somos tratados amable y respetuosamente. Dónde te conectas por unos minutos con otros mexicanos y, al compartir nuestras vidas, nos damos cuenta que somos más parecidos de lo que pensamos.