Colillas

—¡Andrés! ¡Deja de aventar las colillas de tus cigarros al patio del vecino, ya me vino a reclamar otra vez y me choca tener que poner mi carota por algo que yo no hice! 

—¡No soy yo mamá! Desde la primera vez que vino a reclamar lo dejé de hacer. ¿Por qué carajos nunca me crees?

—No te creo porque el señor volvió a venir, ahora a vaciar una bolsa llena de colillas a la puerta de la casa y no dramatices con que NUNCA te creo. Mejor deja ese pinche vicio. 

Las reuniones de Andrés con sus amigos eran muy tranquilas, eso sí, el alcohol y el tabaco no podían faltar. Se volvió concurso semanal aventar con todas sus fuerzas las colillas de los cigarros al patio del vecino, quien no cruzaba la barda se tenía que tomar un shot de tequila. Casi todos perdían, no por la dificultad del deporte, sino por el gusto de emborracharse.

Después de que el dueño de la portería llegara muy alterado a reclamar sobre lo que hacían, Andrés suspendió las competencias; no quería problemas con su mamá ni con nadie más.   

 —¿Quién? —Preguntó la mamá—. 

Más tardó la señora en abrir la puerta que el vecino en arrojar un montón de basura a su casa. La impresión fue tal que no pudo articular palabra.

—¡Estoy hasta la madre de que su pinche hijo sea un puerco y no respete! Es la tercera vez que vengo y ahora si ando calientito del coraje.

La mamá podía sentir el aliento alcohólico del vecino. Trató de explicarle que Andrés le había asegurado que ya no era él ni sus amigos, no la escuchó, no la dejaba hablar; con gritos e insultos la amenazaba con traer a la policía. 

El hijo, al escuchar tanto alboroto bajó a hacer frente y defender a su mamá. Más tardó en poner un pie afuera cuando el vecino lo recibió con un puñetazo en la cara. Andrés alcanzó a esquivar el golpe, sólo sintió un rozón. El señor, no quedó satisfecho, por lo que se abalanzó de nuevo al ataque. 

—¡¿Qué te pasa güey?! ¿Cómo te atreves a venir a insultar a mi mamá? De qué pinche manera te explicamos que no soy yo el que las avienta.

Al momento que decía esto lo recibió con un acertado golpe de defensa. El vecino trastabilló y cayó al suelo.

—¡Cálmate cabrón, vienes pedo y ni si quiera escuchas lo que se te dice! ¡¡Te voy a terminar madreando! 

Mientras Andrés hablaba le dio la mano para ayudarlo a levantar. El vecino la tomó con actitud calmada pero cobardemente lo jaló al piso, lo comenzó a golpear. 

La mamá gritaba y trataba de quitar al señor de encima de su hijo.  El peso, más que su habilidad, provocaba que fuera imposible moverlo. Con la desesperación Andrés alcanzó a darle un cabezazo y liberarse, jalaba bocanadas de aire para recuperar la lucidez. Minutos antes la señora había marcado a la policía, llegaron justo para presenciar como Andrés lograba evadir el siguiente golpe,  el vecino ya estaba fuera de sí.

Lo subieron  a la patrulla y lo vieron alejarse.

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Todas las mañanas Martín tomaba la ruta más larga para ir a trabajar, en su trayecto lo acompañaban los paisajes más bonitos. Su casa estaba en un predio que aún no compraban los fraccionadores, era feliz caminando entre los matorrales y el poco maíz que se sembraba. 

Se echaba dos cigarritos de ida y dos de regreso recargado en una pared que dividía la vida rural de la urbana. Como le pesaba dejar las colillas en el sembradío optaba por aventarlas al otro de lado de la pared. 

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