El cargador de estambres

Cuentos de mi ciudad.

Has vivido tanto tiempo que tus raíces crecen profundo en la tierra. Tu tronco tiene marcas hechas por la lluvia, el viento y el fuego que has atravesado durante tu existencia. Aunque ramas han sido cortadas y has perdido parte de tu follaje, se alcanza a vislumbrar lo que alguna vez fuiste. Ahora, estás más estático, tus movimientos para alcanzar al sol no son fuertes y decididos, sino dudosos y tambaleantes. Antes, eras capaz de sostener cuánto niño trepara por ti y acunarlos en tus brazos… adornos que te embellecieron en tu juventud. No sabes cuánto más te queda de vida, te lo preguntas mientras el duro invierno que transita tus días te adormecen cuando el sol brilla.

La gente te ha visto y no al pasar frente a ellos.

—¿Le ayudo? — preguntas amablemente.

Algunos te miran a los ojos, otros aceptan sin verte, unos más te olvidan y siguen adelante apenas tus palabras se pierden. Con tu corta estatura, cuerpo macizo y rostro antiguo, cargas cada día con mayor esfuerzo bolsas y bolsas de objetos que representan días de trabajo para ellos, para ti tal vez semanas. Tratas de ser veloz, pues los más jóvenes ahora te llevan ventaja, pero aún así ganas menos que ellos. ¡Qué injusto es el reparto de la riqueza en este mundo!

Tu sigues levantándote temprano cada mañana, como lo haces desde hace diez años sin tener un día de descanso. Sales de la cama con tus eternos acompañantes: los dolores que se han instalado poco a poco con la vejez. Ya más de ochenta años. Ochenta y tres para ser exactos. Este día todo cambiará. Después de tu recorrido de una hora yendo hacia el norte para llegar a tu destino, te encuentras con una nueva.

“Mayores de sesenta años, población en riesgo, ya no podrán asistir a la tienda a partir del lunes. Regresarán hasta nuevo aviso. Muchas gracias por su comprensión.”

Y así con una pinche hoja pegada en la entrada de la tienda, te han quitado el sustento que aún puedes llevar a casa. Intentas preguntar que sucede, pero intuyes que es lo que lees en los periódicos de días atrás que te dejan llevarte a casa. ¡Tan poco es a lo que tienes derecho! y sin embargo les estás agradecido por darte la oportunidad de pararte ahí afuera. A cambio de trabajar sin sueldo fijo cargando para otros, debes barrer el estacionamiento, limpiar carritos de supermercado, doblar cajas de cartón, portar tu ropa lavada, ser amable y educado.

Sientes rabia. Tus ojos se hacen más negros aún. El gerente de la tienda no los ve pues tu cachucha los oculta. Sales cabizbajo pensando en cómo te ganarás el pan de mañana.

— ¿Qué voy a hacer? — le gritas a los otros — ¿Qué le diré a ella?

Decides regresar caminando a casa, ¿para qué llegar temprano? Mejor dejar que ella siga siendo feliz unas horas más. Además, ya sabes lo que ella dirá “que Dios aprieta, pero no ahorca”. Quisieras tener la fe que ella tiene.

Viviste algunos meses muy duros, pero sin saber cómo, Dios no ahorcó. Los vecinos ayudaron, algunos antiguos compañeros del trabajo, un poco la familia que te queda. Hijos no, pues el que tenías partió antes que tú. Y luego recordaste tu trabajo de niño a joven tejiendo colchas en la Capital. Tal vez la gente quiera tejer si están encerrados. Y así es como encuentras quien te venda estambre para revenderlo. Primero empiezas con tus conocidos. Cuando las cosas mejoran un poco y ya puedes salir, te pones en el mercado de los domingos cerca de tu casa. Luego investigas donde hay mercadillos cada día y te conviertes en un cargador de estambres. Así has estado hasta hoy que ya tienes ochenta y seis años.

¿Y cómo es que sé todo esto? Porque cada día que acudo a tu antiguo trabajo te busco y no te encuentro. Ayer me animé y pregunté por ti al otro señor, con menos años encima, aquel con el que te veía reír a pesar de lo duro de tus días. Así supe de ti.

Aunque no te vea, recuerdo cada arruga de tu sonrisa.

11 comentarios

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La vejez y la pandemia fue uno de los temas más difíciles que se vivieron, entre el encierro de los que si tuvieron la oportunidad de subsistir sin salir y el miedo de los que tenían que salir a como diera lugar por necesidad. Una triste y cruda realidad.
Tu corazón y empatía te hace única y especial.

Muy bueno tu escrito… Pero…. Me parecen muy cortos… Ehhhhh!!…. Creo que deberías escribir más seguido… O muchas mas lineas…

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