… suena egocéntrico. No es éste un sencillo ejercicio de escritura. Intento no pasar de la línea entre la humildad y la presunción cuando platico quién soy. Pero ha pasado un año más. Hoy, después de cuarenta y nueve años, digo con certeza que:
No soy una santa. Siempre he preferido ser la bruja que la buena del cuento. Cursi a morir, romántica y nostálgica, añoro el otoño y épocas pasadas. Me conmuevo al recordar, leer del amor y ser testigo de cuando dos personas se reconocen como una misma en este mundo. Me maravilla tanto el poder de la vida, que converso con la luna, los árboles y los animales.
Lloro y río fácilmente porque estoy hecha de nubes. Mis emociones son intensas, parte de mi rareza y de no estar completamente cuerda. El futuro me angustia, al igual que el paso del tiempo, invadiendo mi presente constantemente. Sigo aprendiendo a recuperar la calma, siendo una batalla diaria. Reconozco que sufro debido a mi inteligencia: porque me doy cuenta, me es imposible cegarme ante la realidad.
Acepto cicatrices del alma y del corazón, encontrando inspiración en ellas. Escribo para mí, para expresar el ruido y el silencio de mi mente junto a sus pausas intermedias. He descubierto el poder que da compartir palabras al viento, y el placer de que alguien más conecte su alma a la mía al leerme.
Valoro la honestidad y la lealtad. Odio la hipocresía y la mentira. Si una persona sale de mi corazón, no encontrará el camino de regreso. Quiero vivir una vida auténtica. Es poco el tiempo para perderlo en aquello que no vale la pena.
Finalmente, aprendí que mis periodos de aburrimiento son mejores sola que acompañada, pues puedo soñar y perderme en mí misma. Reconozco que doy mi reino por mantener mi espacio a solas, para seguir creando y reinventándome. Mas al salir de mi cueva, disfruto de las personas que dan abundancia a mi vida.
Hoy, celebro coincidir contigo, ver a los más jóvenes hacer camino y tener a mis viejos a mi lado. Hoy, agradezco lo que tengo, mientras sigo bailando como loca yo sola, cuando nadie me ve.