“El libro es, sobre todo,
un recipiente donde reposa el tiempo.
Una prodigiosa trampa con la que la inteligencia
y la sensibilidad humana
vencieron esa condición efímera, fluyente,
que llevaba la experiencia del vivir
hacia la nada del olvido».
EMILIO LLEDÓ, Los libros y la libertad
Este recipiente es un ensayo narrativo escrito con genuino amor. Homenajea a los libros, la palabra, la oralidad, el proceso de lectura y la historia que los han traído hasta nuestros días.
Es una obra de gran extensión pero se disfruta muchísimo gracias al sentido del humor y sencillez de la escritora. Irene Vallejo la describe como la democratización de las letras y del saber. Fue escrita en una época difícil para ella así que decidió entregarse en cuerpo y alma por si llegara a ser el último libro que escribiese, en cada renglón se lee el compromiso y la pasión que depositó en su creación.
El infinito en un junco es tomar una máquina del tiempo y viajar siglos antes de nuestra era para conocer íntimamente a todos esos escribas, escritores, narradores, traductores y detractores de los libros. Al regresar de este viaje descubrimos que la modernidad está sostenida con palillos. Le da su merecido lugar a la cultura griega y romana, reforzando la idea de que mientras más tiempo perdure algo más se perpetúa su existencia.
“Lo curioso es que aún podemos leer un manuscrito pacientemente copiado hace más de diez siglos, pero ya no podemos ver una cinta de vídeo o un disquete de hace apenas algunos años, a menos que conservemos todos nuestros sucesivos ordenadores y aparatos reproductores, como un museo de la caducidad, en los trasteros de nuestras casas.”
Irene hace con su suave narración que dimensionemos el camino tan arduo y largo que ha tenido que recorrer la palabra para que hoy en día tú y yo la podamos usar como algo cotidiano, no sólo la palabra escrita pero también la hablada. Conmueve a aquel lector que ame con intensidad la lectura y escribir, pone a temblar nada más de pensar en todas las casualidades y decisiones que la gente de antaño tuvo que tomar para reconocer que el poder expresar y plasmar cambia el mundo interior y detona como onda expansiva las mentes de los que los rodean. El cerebro es más profundo que el mar, por eso contar con aquellos rescatadores de la palabra es un milagro, sin ellos no tendríamos historia, seríamos incapaces de reconocer las profundidades que habitaban los viejos pensadores.
“Desde los primeros siglos de la escritura hasta la Edad Media, la norma era leer en voz alta, para uno mismo o para otros, y los escritores pronunciaban las frases a medida que las escribían escuchando así su musicalidad. Los libros no eran una canción que se cantaba con la mente, como ahora, sino una melodía que saltaba a los labios y sonaba en voz alta. El lector se convertía en el intérprete que le prestaba sus cuerdas vocales. Un texto escrito se entendía como una partitura muy básica y por eso aparecían las palabras una detrás de otra en una cadena continua sin separaciones ni signos de puntuación —había que pronunciarlas para entenderlas—. Solía haber testigos cuando se leía un libro. Eran frecuentes las lecturas en público, y los relatos que gustaban iban de boca en boca. No hay que imaginar los pórticos de las bibliotecas antiguas en silencio, sino invadidos por las voces y los ecos de las páginas. Salvo excepciones, los lectores antiguos no tenían la libertad de la que tú disfrutas para leer a tu gusto las ideas o las fantasías escritas en los textos, para pararte a pensar o a soñar despierto cuando quieras, para elegir y ocultar lo que eliges, para interrumpir o abandonar, para crear tus propios universos. Esta libertad individual, la tuya, es una conquista del pensamiento independiente frente al pensamiento tutelado, y se ha logrado paso a paso a lo largo del tiempo.”
Es un libro lleno de citas maravillosas, sugerencias de libros, autores y de historias de filósofos conservadores y revolucionarios. Es un oasis de placer, conocimiento y sabiduría. Mucho se ha escrito de este tema pero el ensayo de Irene Vallejo para mi es una alabanza al mundo de las letras, a las minorías, a la enseñanza y al trabajo arduo.
Termino sintiendo un apapacho cálido por parte de esa voz que me susurró palabra por palabra que los lectores estamos inevitablemente construidos por historias que nos permiten reconocer que cada una es un mensaje.