Es viernes. Lo sé porque después de recoger la cocina, mi mamá nos llevará a casa de la abuela. No llevo juguetes, porque mi prima Julieta siempre sabe a que jugar. Subimos al coche mi hermana y yo. Ni tiempo de dormir, la casa de la abuela está muy muy muy cerca.
Llegamos. Nos abren la puerta. Los niños chiquitos ya pidieron la cochera y juegan a cosas tontas. Ahí se queda mi hermana. Mis tías están en la sala. ¡Qué ruido hacen! Pero ellas dicen que los escandalosas somos nosotras y nos mandan a jugar afuera al pasillo largo, el que llega hasta la cocina y es como una cancha de fut larga larga, pero chiquita. Julieta está aburrida. Dice que los primos solo nos agarran a balonazos. Cuando rompen una maceta, Julieta nos lleva al patio del fondo a Ana, Liz y a mí. Entramos a la cocina, pero las primas grandes nos corren porque no podemos escuchar lo que dicen. No nos dejan quedarnos en el patio, porque tienen la puerta y las ventanas abiertas. Como si quisiera escuchar que sus novios las besuquean. ¡Que asco!
Subimos las escaleras. A un lado está la oficina del abuelo, arriba de la cocina. No tenemos permiso de entrar ahí. Del otro lado está el patio alto. Así le decimos porque es el techo de la casa. ¡No hay nadie! Que raro que los primos grandes no están fumando hoy. Es mejor este patio. Es más grande que el pasillo y el patio de abajo. Y está lleno de plantas y flores bonitas. Pero me da miedo cuando hay arañas o abejas en las flores. Julieta lo sabe.
—¡No seas miedosa, por Dios! Vamos a jugar a las escondidas. Y como yo soy la grande, digo que tú cuentas primero.
Odio que sea la grande. Empiezo a contar. Solo sé hasta 30. Volteó y no las veo. Empiezo a buscar. Julieta está atrás de la torre de agua. La odio. Corre más rápido y dice “123 por mí”. Busco a Ana y a la tonta se le ven los zapatos a un lado de la maceta roja. Corro a la base y grito “ANA”. A Liz no la encontramos. De repente oigo:
—Vengan pronto, miren.
Entramos al cuarto de lavado. Cerca de las cajas de cosas viejas nos muestra unos animalitos en un rincón. Están super bonitos con sus cuatro patitas, una colita redondita chiquita y ojitos cerrados. No tienen pelo, son rosita clarito.
—Son seis, nosotras cuatro. Ustedes dos pueden coger uno, yo cogeré dos y Liz también porque es la que los encontró.
¡Qué mandona es Julieta! Pero pues ya que. Cojo a mi animalito. Está caliente. Sí me cabe en la mano. Le construyo una casita. Las plantitas son su cama, las piedritas las pongo alrededor y le hago un techito de palitos y flores. Pero no corre. Solo duerme. De repente hace ruiditos. ¡Qué bonito! Julieta y Liz igual les hacen casitas. Ana solo lo abraza y lo besa.
—Se nos van a morir si no les damos comida— dice Ana — Julieta vamos a preguntarle a mamá qué les damos.
Julieta dice que les demos plantas pero no abren la boca. Gotitas de agua pero igual. Al final bajamos con las tías. Julieta, que es dramática, nos dice que escondamos a los animalitos con las manos atrás para darles una sorpresa.
—Mamá, mamá ¡mamá, tías!… miren lo que encontramos.
Nos ven. Se ponen como locas y se hacen para atrás. Gritan. La mamá de Julieta dice que los pongamos en el suelo y luego mejor que no. Mi abuela se para, nos quita los animalitos de las manos sin decirnos nada. La seguimos hasta el patio. Llena una cubeta con agua, voltea a vernos y ahoga a nuestros animalitos. Ana llora y grita. Liz y yo no podemos ni hablar. Julieta pregunta por qué los mató. Le dice eres una asesina. La abuela contesta:
—Con ratones no se juega. Ahora díganme en dónde los encontraron.
Foto de Annie Spratt
4 comentarios
Añade el tuyo →Un placer siempre leerte amiga !!!
Mil gracias por leer…
Qué simpático cuento, lleno de memorias que cualquiera pudo haber vivido. Gracias!
Gracias por leer!!