El estruendo del monstruo nocturno se instala. Una vez que inicia es imposible acallar su presencia, ignorarlo o pretender que no existe. Por más que lo mueva, lo golpee o al final interponga distancia. Se sigue escuchando a lo lejos. Aún con oídos tapados.
Llevo meses que el insomnio me acompaña, me destroza, me aterroriza. Aunque intente perderme en los dulces brazos de Morfeo no lo logro.
Me levanto. Transito por la casa como sonámbula espantando a habitantes reales e imaginarios. Camino silenciosa mientras busco un líquido mágico que me haga dormir. Los acompaño de valeriana, pasiflora, naranja o camomila. En la pantalla surgen nombres mágicos como Valium, Sonata, Prozac. Pero no. Me niego a ser hechizada por ellos.
Hago todo por conciliar el sueño. Me pierdo entre historias que encuentro en hojas de papel, entre sonidos de ruido blanco y olores de lavanda que puedan hacerme entrar en trance. Es inútil. Sigo despierta. Él me sigue atormentando.
Estoy a un paso de la locura. Mis comportamientos son erráticos. Han pasado horas. Mi mente viaja de un lugar a otro. Recuerdo mis días felices antes de conocerlo, de aceptarlo en mi vida y dejarlo entrar en mi hogar.
Amanece. Por fin dormí como hace años no lo hacía. Sí, por fin encontré la solución. Volteo al lado derecho de mi cama y lo observo. Está inmóvil, con la almohada sobre su cara, sin que de su pecho surjan rugidos de león. Sin respirar. Bendito sea.
No me creyó cuando le dije: no te sorprenda vida que mañana no amanezcas, que tu fiel almohada sea tu última compañera. Yo le advertí. El rió.
Hoy será el mejor día del resto de mi vida.
Foto de Callie Gibson en Unsplash
2 comentarios
Añade el tuyo →OMG!!!!! Perfecta descripción del insomnio y un final sorprendente.
Es horrible no dormir.