El calor me aletarga, me hace tonta. Veo el reloj. Ya pasó la hora planeada para salir de casa. Es culpa del calor por supuesto. Me hace tonta. Me hace lenta.
Deprisa, despacio me preparo algo para llenar el estómago vacío. Inútil es mi prisa.
Voy despacio.
Pues al preguntar la hora veo que mi concepción de un minuto no es la misma de Alexa.
Ligera, a pesar de los kilos, salgo corriendo al auto. Pongo el aire frío al máximo. Apago la música porque no me deja ver la calle. Dejo que la inercia me lleve por el camino.
Manejo automático. Un señor indeciso bloquea los dos carriles. Ponte atenta, me digo. Finalmente, él se decide por uno. Me pierdo de nuevo en mi letargo. Ya no estoy aquí. Me encuentro en las páginas de Un lugar seguro, con sus hojas dobladas en tantas esquinas que sería difícil encontrar mis frases favoritas.
Siento que Olivia y yo podríamos ser amigas. Yo, como ella, tengo intolerancia al gluten; divago mientras me hablan; lloro por todo menos en funerales; y me acompaña la tristeza, quién es mi mejor (y peor) amiga.
Veo la pequeña bugambilia descolorida que tanto me gusta. Una que crece frente al puente del amor. Sigue llena de flores. Casi estoy por llegar al taller de Olivia. Deprisa, despacio. Para perderme nuevamente entre palabras.
Foto: Marcos Paulo Prado en Unsplash