Desencantos

Durante meses, Natalia se sintió viva y enamorada,
Javier llevaba flores y «te quieros» en cada visita.
Pero Natalia descubrió que eso no era lo que quería.

Tomó sus maletas y salió en pos de su verdad,
atravesó ciudades con la esperanza juvenil
de resolver sus dudas.

Natalia saludó al mar, y el mar le contestó,
subió la pradera y el viento le susurró,
entró a la cueva y el fuego la serenó.

No buscaba amor, ni flores, ni «te quieros».
Solo quería ser la brisa del mar, el aire de la montaña,
las brasas de la fogata.

Tomó valor en esa noche,
frente a la luna se prometió ser ella,
la única que valdría.

Hoy el mar golpea más fuerte,
el viento lleva solo un cálido «te quiero».
Javier llora frente a él
respirando el aroma de la piel de Natalia.

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