La pérdida de Mnemósine

Olvido. Algo me ocurre. No sé qué es. Busco al culpable. Ansío rescatar lo perdido.

— · —

En diciembre salimos para fin de año. Tenía mis anillos, el de compromiso y el de matrimonio, sobre el escritorio en una bandeja de porcelana. A la vista. En mi locura pensé “¿Si me los llevo y los pierdo? ¿Y si alguien entra a robar a la casa?” Acto seguido los tomé para guardarlos en un lugar seguro. Tan seguro que estamos en agosto y no los encuentro. Inicié la búsqueda en algunas partes de la casa. Mientras tanto los siento como anillos fantasmas sobre mi dedo anular izquierdo. Como si una parte de mi hubiera sido amputada pero el cerebro pensara que lo faltante aún está ahí.

La búsqueda está inconclusa. No quiero seguir por el temor a no encontrarlos. Aún me queda la esperanza, y una vana tranquilidad, de que están jugando conmigo a las escondidas.

— · —

No sé si estos lapsus sean normales. El desconcierto que los acompaña no lo es. Las lágrimas por lo perdido son prueba real del dolor que me causan. El olvido llega seguido del temor.

No solo es un episodio.

El otro día lloré porque olvidé pagar el anticipo de la sudadera de graduación para mi hijo menor. Me di cuenta cuando mi esposo me dijo que tenía tres días para hacer el pago final. Al verme así, él llamó a la coordinadora para pedir una prórroga. Le explicó que tuve influenza en la primera fecha y lo había olvidado. Me consolé pensando que tal vez fue eso, pero en el fondo creo que estoy perdiendo la memoria.

Después de sentirme la peor madre del mundo por esta estupidez, una tontería al compararla con todo lo demás, pocas horas después la coordinadora se comunicó con mi esposo para decirle que el pago sí se hizo en tiempo.

No lo recuerdo.

— · —

Podría enumerar tantos recuerdos perdidos como estrellas en el cielo. Si los recordara. Uno de los que más me perturba pertenece a un viaje que hicimos a Egipto hace quince años. Me di cuenta del olvido en la boda de mi hermana hace cuatro años. Ese día la acompañaron sus amigas de la universidad que yo llevaba tiempo sin ver. Una de ellas me saludó efusivamente recontando alegre las anécdotas de lo que vivimos juntas “¿Te acuerdas del viaje? ¿Como pudiste durar una semana sin tu maleta? Fue increíble ver como llegaba por fin en un pequeño bote (en medio del Nilo) al barco”.

Recuerdo Egipto. No a ella.

Días después busqué las fotos del viaje. Aterrada, la veo sonriendo desde otro tiempo, desde otro espacio. Ahí está ella a mi lado. Existe. Y yo sigo sin su reminiscencia.

— · —

La memoria es algo intangible. Una ficción. Se construye y destruye al mismo tiempo. Hay eventos que parecen estar ocurriendo ante mis ojos cuando los evoco: el color de las cosas, olores, sonidos. Mas a veces, cuando me los cuentan otros, me doy cuenta que su versión difiere de la mía. Dudo incluso si esos momentos los vivimos juntos. Y entonces dudo de mí misma temiendo extraviarme con el paso de los años.

— · —

Estoy perdiendo la memoria. En un vano intento por conservar algo escribo. Viajo hacia el interior. Busco. Trato de recordar el día de mi boda, cuando mis hijos nacieron o a mi maestra favorita de primaria. Algunos flashbacks se presentan, imágenes nítidas de hace años. Pero los recuerdos más recientes, como lo que hice ayer o incluso hace unas horas, me son escurridizos.

— · —

Mis hijos dicen que vivo en otro mundo. Ayer mi hijo mayor me acompaño a terminar cosas de mi lista de pendientes. Nos bajamos a comprar algo. No pude poner el seguro del auto. Apreté nuevamente el botón de la llave y no sucedió nada. “Mamá de verdad vives en la lela, dejaste el coche encendido, no lo puedes cerrar”.

No es la primera vez que me pasa. Hace unos años dejé el coche encendido con la llave pegada fuera de donde trabajaba. Dos horas después los vecinos tocaron para preguntarme si así lo iba a dejar. No entiendo como no se lo robaron.

— · —

Me niego a aceptar que algo esté mal. Busco al culpable, la causa de mis distracciones. Me vendo la idea de que siempre he sido soñadora. Me convenzo de que son las tareas cotidianas por realizar las que me distraen. Me digo que el cerebro no puede almacenar tanto. Me pregunto si lo mismo le pasa a los demás. Pero mejor no pregunto, me aterra pensar que soy yo.

Descubro que lo que tengo es miedo. No quiero llegar a vieja olvidando a los que quiero, no quiero que la demencia construya su casa en mí. No existen culpables. No sirve querer entender lo que me pasa, no puedo controlar lo que recuerdo.

— · —

Tal vez esto es envejecer. Un deterioro de la mente, un deterioro del cuerpo. Aunque por dentro tengo diecinueve, ya estoy empezando mi quinta década.

Tal vez es mejor olvidar, reconstruir lo que duele, transformar historias para sobrellevar la vida, para seguir respirando.

Tal vez ir perdiendo cosas, como mis anillos, es una preparación para la muerte. Una forma de ejercitar el desapego.

— · —

He perdido cosas cuyo valor sentimental es infinitamente mayor a su valor material.

He perdido amistades que, a la vuelta de los años, me doy cuenta que fueron y son insignificantes.

He perdido familia cuya presencia se extraña continuamente.

He perdido tiempo que vale más que el oro.

Pero hasta el momento no me he perdido a mí misma.

Solo por hoy, eso es suficiente.

— · —

Todo se borra. Todos somos borrados.

Espero que cuando llegue el tiempo de partir, Mnemósine se haya llevado ya el miedo a la muerte. Entonces me convertiré en aire que inunda la memoria de otros, hasta que ellos también olviden.

La memoria es, al fin, aire.

15 comentarios

Añade el tuyo →

Wow me encantó gracias por poner en letras lo mismo
Que pienso y me pasa… me gustó mucho tu enfoque! Gracias por
Compartir …..Ana M

Deja una respuesta