Cuentos de mi ciudad
Mi hermana preocupada me llama por la mañana. Visitó a una señora en Michoacán, una vieja adivinadora, que le dice que de niña yo pisé un espíritu y que necesita que rece diario la oración que me manda para que éste me abandone. Parece una idea desquiciada, pero luego recuerdo la historia de mi prima.
Ella de niña siempre fue rebelde, buscando opciones para escapar de un mundo que la oprimía, de un padre alcohólico y una madre que las circunstancias de la vida la llevaron a ser fuerte para salir adelante. Pareciera que con la muerte de su padre ella dejaría el camino destructivo que empezaba a trazar. Más no fue así. Empezó a buscar sentido en lo que destruyó a su familia, animándose a utilizar algo más fuerte que el alcohol para encontrar momentos de quietud en su mente confusa. Pasó por una época donde la ropa negra y el maquillaje oscuro hicieron presencia. Ahí fue cuando a mis otras primas y a mí nos dijeron que no la frecuentáramos. Más en secreto la admirábamos, con una mezcla de miedo y fascinación por las historias que contaba.
Y así pasaron los años. La perdí de vista por un tiempo, por lo que solo platiqué con ella en alguna posada o fiesta de navidad donde se presentó por minutos. Desconozco que fue de su vida, hasta que supe que estaba embarazada y eso pareció poner fin a su rebeldía. Tuvo a una hermosa niña que le cambió la vida. Su historia parecía tener un final feliz.
Recuerdo cuando ella me dijo que el momento en donde todo empezó a cambiar, a recuperarse a sí misma. Fue cuando su hermana la llevó a un retiro de silencio. El primer día todo transcurrió con tranquilidad. El segundo día, casi al finalizar, había una ceremonia de imposición de manos. Cuando llegó su turno, algo en su interior se agitó con fuerza, quemándola por dentro, buscando frenéticamente expresarse, tomando control de su cuerpo. Sin entender cómo, empezó a hablar en arameo y otras lenguas que ella desconocía. Se tiró al piso contorsionándose. Quería pedir ayuda, pero no podía. Había sido dominada por completo. Escuchó a lo lejos la voz del sacerdote que pedía que todos los que estaban en el círculo de oración siguieran orando, mientras otro sacerdote le practicaba un exorcismo. Hay momentos que no recuerda, no sabe si se desmayó o entró en estado de shock. Por momentos que le parecieron eternos, estuvo desconectada del mundo. Su hermana le contó que después de haber terminado la ceremonia, estuvo dormida por un tiempo. Cuando regresó en sí, ya no sentía esa presencia. “Era un demonio, uno que me nubló la mente por años, que me obligó a hacer cosas que no deseaba, que me hizo dudar de mi misma. Pensé que estaba loca,” me contó desconcertada.
¿Cómo pude olvidar esa historia? Recuerdo cómo por momentos la furia y la ira me invaden, pierdo el control y reviento contra el que se me ponga enfrente. O contra lo que tenga a la mano. Escucho como mi hermana continúa hablando, diciendo que lo que hago no es porque yo lo quiera hacer, es porque alguien más quiere hacer lo que desea. —Porque pisaste a un muerto— me repite convencida. Aparentemente un espíritu me posee por momentos, cuando no soy lo suficientemente fuerte para detenerlo. Es extraño pensar que éste se encuentre dentro de mí desde hace más de treinta años. Siento un miedo que me inmoviliza. Trato de calmarme. Mi mente racional empieza a fabricar hipótesis, pero lo increíble es que no dudo de que esto pueda ser cierto. Tal vez por eso sufro periodos de disociación, donde percibo dos conciencias que están presentes en mi. A lo mejor esto explica los espacios en blanco en mi memoria. O puede ser un trauma que he olvidado de manera voluntaria, llevándose parte de mí en el proceso. Es eso o sufro de histeria. Ninguna de las opciones me hace sentir tranquila. Decido que no tengo nada que perder, que me pondré en manos de Dios o del universo.
***
Han pasado meses desde el día de la llamada. Rezo todos los días para sanar de toda enfermedad del alma, del cuerpo y de la mente. Creo que mis periodos de desconexión, falta de control, la interrupción de la continuidad entre pensamientos y recuerdos han disminuido. Ya no siento como si me observara a mi misma desde fuera del cuerpo, ni que las cosas que me rodean no son reales, menos que la amnesia será mi compañera eterna pues ahora recuerdo. Por fin soy dueña de mi vida.
Lo que no se es quién de los dos soy en realidad, quién ganó la batalla final y por eso ahora no hay pelea. No sé quién habita y domina en este cuerpo… yo o el muerto.