Falta poco para que dé inicio la función por motivo de las fiestas patrias. En el camerino hay murmullos por todas partes, un ajetreo cargado de emoción inunda el lugar. Frente al espejo peino el cabello de mi hija con firmeza hasta formar un chongo que atrapo en una pequeña red. Una vez libre su rostro juego con las sombras verdes que están a tono con el vestido; remarco con el rubor sus mejillas y trazo un contorno que engrandece los ojos. Por último, pinto sus labios con un rojo carmesí que resalta su expresión.
Ayudo a abotonar la blusa de organza que combina con el faldón de olanes y acomodo el tocado de grandes flores cargado hacia la izquierda, señal de que es soltera. Se ha puesto los zapatos de hebilla con chinchetas en los tacones que resuenan en cada pisada. Por último, acomodo con delicadeza los aretes de filigrana que enmarcan su belleza.
Las jóvenes están listas para entrar al foro. Se escucha el primer acorde de «El toro mambo» con su alegre juego de trompetas. Entonces se les dibuja una sonrisa antes de comenzar, requisito indispensable de toda bailarina, y se apoderan del escenario con ritmo y gracia. Sus faldas se abren de par en par en movimientos rápidos; los hombros se menean coquetos al compás de la música. Mis pies bailotean también, es inevitable. ¡Qué lindo Sinaloa!
Cuando era niña, mi sueño era ser bailarina de folklor, usar vestidos de mil colores y zapatear sobre la duela de madera haciendo ecos, marcando pasos. Jugar con el rebozo, adornar mi cabeza con alegres moños y dejarme cortejar por un buen mozo. Por supuesto, imaginaba que era parte del Ballet de Amalia Hernández y que me presentaba en Bellas Artes con su magnífico telón de cristal. Viajaba por el mundo mostrando lo mejor de mi país. Porque la danza es un mosaico de los muchos Méxicos que somos.
Más que color, da sentido al color. No solo es canto, son las voces que narran las historias de su gente. No son movimientos ensayados, son compases ancestrales. Bailar es un viaje mágico a nuestras raíces, que nos permite comprender la esencia de nuestro pueblo. Allí se encuentra el carácter y espíritu de su gente. En México se baila en tiempo de sequía y de lluvia. Antes de la batalla y después de la victoria. Cuando hay amor o desdén. Al nacer y al morir. Se baila siempre y por todo.
La danza folklórica es una síntesis perfecta de cada región, un viaje de norte a sur. Un mosaico de temas populares. Inspiración viva que permite a las nuevas generaciones recordar su origen.
Que salga el toro
Ahí viene el toro
Lo que yo quiero es torear
O una vaca
O un chivito
Lo que yo quiero es torear
La música se detiene, descansan los pies. El público aplaude emocionado. Las bailarinas agradecen con caravanas armoniosas. Aún traen dibujada la sonrisa. Yo también aplaudo con entusiasmo el magnífico repertorio. Bravo por lo mejor de mi país: su cultura.
¡Bailemos! Vale la pena sentirnos orgullosos de lo que somos.
¡Bailemos para sentirnos vivos!
¡Bailemos por México!
2 comentarios
Añade el tuyo →Qué hermosa semblanza Adri, eres muy descriptiva !! Fíjate que yo también en la prepa bailé folklórico, recuerdo la emoción de bailar al ritmo de esa música y esas letras llenas de historia y tradición. Tan bella nuestra cultura, tan incomparable nuestro querido México!!
Bello como cada uno de tus escritos.