Testigo involuntaria

En el semáforo quedo al lado de una mujer que conduce un Passat marino. Lleva el cabello restirado en un chongo y una sonrisa ilumina sus ojos. Refleja satisfacción, complicidad y alegría. Parece que escucha un audio a través del Bluetooth de su coche.

Creo que viene sola, pero al mirar con cuidado a través del vidrio polarizado descubro que está con un hombre de mediana edad, como ella, pero él ya con los surcos del tiempo más visibles, resaltados por el pelo engominado hacia atrás y una expresión pensativa. De tan contrastantes estados de ánimo parece que existen en dos mundos opuestos.

De repente, la mujer se gira bruscamente hacia el copiloto y le estampa su mano cubierta de anillos en la mejilla del señor —casi oigo el ruido que provoca semejante latigazo. Quedo en shock, sin poder apartar la vista. De inmediato, él le retira la mano y comienza a jalonearla del cabello hasta quedarse con el chongo —¡Era postizo!—, que suelta inmediatamente para pescarla de la nuca. Se arma una batalla tremebunda —y muda por los cristales y los ruidos urbanos. Un claxon me saca del trance y avanzo sin saber si él la ha soltado, o si ella ha dejado de golpearlo.

10 comentarios

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Jajaja!! ¿Qué crees que pudo haber pasado? Yo creo que se tuvieron que soltar para poder avanzar porque los de atrás les han de haber pitado jajaja!

Muchas veces así nos quedamos sin saber qué pasó.
Ahora depende de nuestra imaginación.
¿Tú qué crees que pudo haber pasado después?

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