Se conocieron en un hospital. Él había sufrido un accidente menor en el trabajo y la enfermera en turno lo atendió en Urgencias. Pareciera el lugar menos romántico para un encuentro, pero el amor no presta atención al espacio, sino al tiempo.
La joven, vestida de un blanco impecable, ni siquiera regaló un simulacro de sonrisa al recién enamorado. Indiferencia que invitó al osado electricista a regresar varias veces, quejándose de un dolor aquí, un calambre allá, un golpe acullá. Hasta que mi abuela cedió al encanto de aquel muchacho atrevido.
Tiempo después, durante un día de campo, él le pidió matrimonio. Mi abuela recordaba ese instante como «el momento más feliz». Se casaron, tuvieron cuatro hijos y muchos nietos.
Cuando pienso en ellos, estoy convencida de que todos los niños deberían tener abuelos amorosos. Es un derecho imprescindible de la infancia. Fui muy afortunada, los míos tenían un corazón tan grande que abarcó toda mi niñez. Los quise de aquí a Sonora en tren y de regreso. Los quise todos los domingos que comimos pollo a la mostaza. Los quise durante las tardes de baraja. Los quise el doble que a mis padres.
Oti vivió 95 años, y la quise una eternidad.
Carlitos y sus cigarrillos.
Carlitos y sus billetes de lotería.
Carlitos y su periódico de mil páginas.
Carlitos y su «Gachita».
Carlitos y yo también.
4 comentarios
Añade el tuyo →Adry!! Que hermoso relato! Gracias por compartir con tanto amor la historia de tus abuelos y además entreteneros con una deliciosa narración.
Tantos lindos recuerdos ❤️
Carlitos…y yo también!!
Ayyy no, de verdad cada vez que leo uno de tus textos me gusta más, el de hoy Woow me encantó, que lindos abuelitos
Lo creo, yo no conocí a mis abuelos, y siempre he sentido esa ausencia. Espero en otro mundo se haya dado