Híjole, tengo que hablar de amistad

Día de discursos de 10 minutos. Necesitaba aprobar la materia. Su tema sorpresa: la amistad. Sería la quinta en hablar.

Vaya tema trillado. Parecía que se había dicho todo, no tenía nada nuevo que decir. “Un amigo está siempre para ti incondicionalmente”, “el amigo es el que siempre te acepta, seas como seas y hagas lo que hagas”, “quien tiene un amigo tiene un tesoro”, todas esas frasecitas eran, a su parecer, unas verdaderas patrañas.

Para hacer un buen discurso era importante ser honesta. No sonaría muy amistosa para muchas presentes que se decían ser sus amigas.

De un jalón borró a muchísimas de su lista de amigos. No de sus redes sociales, eso era lo de menos. Las había eliminado de esa lista imaginaria en su corazón donde uno apunta a sus buenos y mejores amigos.

¿Estaba amargada? No, solo había decidido llamar a las cosas como son.
La amistad había de ser recíproca. Si no, no lo era.

Por mucho tiempo pensó que ser buena amiga era estar siempre ahí, disponible, echarle ganas, ser cordial, amable, afable, afectuosa, educada. Pero no, no era así. Por fin tenía claro que ser cordial, amable, afable, afectuosa, educada no era sinónimo de amistad. Eso era ser eso: una persona cordial, amable etcétera, etcétera.

Le daba vueltas en su cabeza, ¿cómo decir sin ofender a su audiencia de “amigas” que no lo eran, que por favor se dejaran de payasadas diciéndose sus amigas cuando no había el menor interés en ella, en su vida, en sus temas, en verla, en hablarle, cómo decir que amistad, amistad, amistad — y repetía la palabra en su mente por ese efecto de repetición que hace que algo signifique más intensamente — esa amistad, amistad, no podía compararse con esas relaciones ficticias y forzadas por pertenecer a un grupo, por hacerse la afable, la sociable, la importante, la querida por todos. Le venían a sus oídos todas esas frases cantadas — qué gusto verte, cuándo nos juntamos, te hablo — bla, bla, bla.

Conocía la amistad, esa que es tan verdadera que no necesita presumirse. Esa complicidad que fluye, aunque haya distancia, tiempo, actividades y distracciones de por medio. Esa que se mantiene aún y a pesar de los defectos de ambas partes.

Estaba tan absorta en sus pensamientos, preparando su improvisado speech, que no escuchó ni media palabra de lo que decían sus compañeros. Aplaudió en automático cuando oyó aplausos. Hasta que se hizo silencio. Todos la miraban. Era su turno.

Tengo que decir lo que pienso, aunque no me vuelvan a hablar, pensó. Sentía que le temblaban las piernas y temía que no le saliera la voz. Por estar divagando con miedo de lo que podía o no podía decir no alcanzó a redactar. Respiró profundo. Vio ahí a esas “amigas” a las que tenía que hablar. Verlas le dio valor para decir lo que sentía.

— Estoy convencida, no todo mundo tiene que ser mi amigo, ni tengo que ser amiga de todos, — declaró con voz determinante — porque la amistad necesita de dos involucrados, cuando el interés es de un solo lado, no es amistad. La amistad es una planta regada por dos partes. No crece con el agua de un solo lado. No crece de palabras huecas. Crece con acciones. A veces riega uno, a veces el otro, pero necesita de la vitalidad de los dos. Si ya le puse suficiente agua y no crece nada, pues no es. Si solamente yo le dedico, pues no es, porque la amistad no se mendiga. Se cultiva y crece facilito cuando sí es.

Un buen amigo no es con quien paso todo el día. No tiene que ver con la frecuencia, sino con la calidad y con la honestidad — alargó la palabra. Unas la veían con cara de susto y otras la evadían. — La amistad tiene una complicidad de entendimiento entre sus partes, de equilibrio, de escucha y de respeto. A veces la balanza entre amigos cambia un poco, cuando el otro la pasa difícil, cuando uno está atendiendo otros asuntos. Entonces el que está bien, busca, apoya, entiende, pero si la balanza siempre está cargada de un lado, no hay amistad. A lo mejor en otro momento hubo, o en el futuro pueda surgir, pero en este momento no hay amistad, — con voz suave añadió — y eso está bien.

Las vio incómodas en sus pupitres. Tragó saliva, y continuo.

— Si yo te doy mi confianza, quiero tu confianza. Si estoy dispuesta a darte mi tiempo, quiero algo de tu tiempo. Y así con la escucha, el interés, y todo lo demás. Quien no me corresponde con la misma parte, cuenta con mi cordialidad y mi gratitud, con mi agradecimiento por los momentos compartidos, más no somos amigas, amigas, amigas.

— Simplemente no tolero que me digan “amiga” si no lo son. Por favor, no mal usen la palabra. — En este punto del discurso vio que las que siempre cuchicheaban entre ellas con aparente complicidad, estaban mudas. Estaba tocando las fibras de otras disque muy muy amigas. — No quiero decir “amiga de mi alma, como te quiero” — imitó a las presentes. — Sé lo que se siente que sólo te lo digan, pero nunca seas prioridad. Créanme, prefiero mil veces que no me lo digan y saber que están. Por eso no volveré a decir cuánto son importantes para mi, cuánto las quiero. No lo gritaré a los cuatro vientos.
Mejor intentaré ser como esas amigas sin poses, excelentes jardineras. Riegan y cuidan la amistad de diferentes maneras. La que sin importar que sea domingo en la mañana toca a mi puerta porque está en mi ciudad, solo porque tiene ganas de verme, la abrazo feliz sin importarme que casi me encuentre despeinada; la que veo todas las semanas o cada mes o cada dos o cuando sea, sin decirnos forzosamente que nos queremos, pero sabiendo el fuerte cariño y energía entre nosotras. La que me llama después de mucho tiempo o desde lejos sólo para compartir un poco de su vida o para ver cómo estoy.
— A estas alturas de su discurso, las palabras le salían rápidamente a borbotones, ahora tenía mucho que decir. — La amistad se autoprueba. Hay amistades que han estado conmigo aun después de años, después de kilómetros, después de diferencias, errores y defectos. Han sobrevivido. Nos hemos perdonado. No son perfectas. Son.
No me jacto de tener muchos amigos. Solo agradezco tener un verdadero amigo, ese me basta.
Tener que ser amiga de todos es una gran presión y sobre todo una grandísima mentira.

Sonó el timbre, terminó la clase.

— Ya no hay tiempo, con lo que has dicho es suficiente. Pueden salir.

Se fue directo por su morral y salió. Esta vez no esperó a nadie. Ya no necesitaba de esa compañía.

5 comentarios

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El desapego de las o los amigos que no lo son duele, no por lo que se pierde, porque no se pierde nada, duele saber que diste un paso a la madurez y asumes esa realidad. Crecer duele, no importa si tienes 15 o 20 o 50. Pero crecer también te hace mas sabio.
Gracias Lume me encantó. Se lo compartiré a mi hija que está en esa etapa en la que descubre la verdadera amistad.

Me hizo pensar, que yo quisiera ser esa “amiga” para cada uno de mis hijos. Sé que hijos lo son, lo serán, y los quiero por eso y por como son. Quiero quererlos y que me quieran diferente, como amigos. Será posible? Me lo tendré que ganar.

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