Qué podía hacer yo

Estaba ahí frente a las dos que no paraban de jalarse los pelos.
Entre empujones, gritos y jalones.

La elegante señora Abdo en el suelo. La distinguida señora Molina sobre ella.
— Eres una desgraciada, eres una cualquiera —
La señora Abdo lloraba y suplicaba — Déjame, suéltame.

—Cómo no lo pensante antes, desgraciada — la golpeaba con su puño y le daba cachetadas.
La empezó a ahorcar y la señora Abdo se estaba poniendo morada. Me asusté cuando ya no podía defenderse. Intente separarlas con todas mis fuerzas sin éxito, gritaba implorando ayuda, nadie me escuchaba. Recurrí a mi mejor técnica de defensa. Mordí con toda la potencia de mi mandíbula a la descontrolada señora Molina. 

Ese día temprano salimos de la escuela al paseo que las mamás nos organizaron por terminar segundo de primaria. Íbamos en un camión, 20 niñas acompañadas de 4 mamás. La familia de Marianis Molina nos invitó a su granja. Todas sabíamos que la familia Molina tenía esa hermosa propiedad. Era un día soleado. Corrimos felices a la alberca. 

Yo tenía hambre y me seque para ir a la cocina. Me metí a la despensa a buscar algo de comer. Desde ahí vi a la Señora Abdo, mamá de Ale Abdo, con su marido, que yo no conocía. Estaban besándose apasionadamente como en las novelas. Me dió pena que me vieran esculcando en la alacena, pero sobre todo, presenciar semejante beso, así que mejor me quedé ahí yo sola un buen rato mientras devoraba las frituras que encontré.

Esperé a que se fueran, para salir. Iba de regreso a la alberca cuando me topé a las dos señoras agarradas de la greña y procedí a mi primitiva defensa, morder.

La Sra. Molina ahora me gritaba con dolor — ¿Qué te pasa niña, qué te crees? — Vi venir al señor «Abdo» a toda prisa. Supuse iba a consolar a la pobre ahorcada. Pero no, mi sorpresa fue que abrazó a la Sra. Molina —Tranquila mi amor, aquí estoy yo contigo. —
Ahí me quedó claro que ese Señor, era el Sr. Molina. 

Regresé a la alberca donde estaban Marianis y Ale jugando juntas sin tener la mínima idea de las intensas escenas orquestadas por sus queridos papás. 

Muchas veces me habían regañado por morder. Esta vez nadie dijo nada. Ni yo.

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