Terminaron las vacaciones y una vez más me fue imposible ordenar la docena de cajas apiladas en la bodega y otras más en el armario bajo las escaleras. Son tantas que ya he perdido la cuenta. Me han acompañado en todas las mudanzas de mi historia y se han multiplicado de manera exponencial en los últimos años.
Son papeles, fotos, recibos telefónicos, recetas médicas, trabajos escolares…
Toneladas de pasado acumulado.
Me recuerdan a las naranjas enmohecidas en la pileta de la casa de mi abuela, abandonadas en el agua con la intención de hidratarlas sin que nadie se eche un clavado para rescatarlas.
¿Qué me impide depurar?
Siempre me escudo en la falta de tiempo.
A veces empiezo a organizar y una energía densa se apodera de mí sin poder avanzar más que muy poco.
Me parece que es una carga que ni siquiera es mía y que obedece de manera ciega a una lealtad preconcebida. Ordenar sería una traición a mi clan.
¿Hay algo escondido entre tanto papel? ¿Un secreto?
Tengo la profunda certeza de que hay una situación inconclusa, una pausa eterna.
Tal vez soy el salvavidas y tengo que dar respiro a esto que me ahoga.