Se desliza de manera pegajosa por todo el cuerpo. Es tan difícil evadirla, penetra en mi nariz con olor dulzón y empalagoso. Aunque me rehúso a probarla saboreo tímidamente tallando mis extremidades, acurrucando mi cuerpo sobre el colchón mullido con aroma a bebé. Poco a poco olvido mis intentos y dejo que la suave nube de su encanto se pose. Las inercias del entorno logran que como poesía penetre en mis poros, tanto que la suavidad es insoportable ¡Me hunde, me confunde, me confronta! Por primera vez en mucho tiempo decido empujarla con fuerza aunque su sabor a caramelo me devore. Me convenzo a superarla pero adormece mis extremidades, me hace sentir millones de hormigas jaloneando mi sistema nervioso obligándome a caer.
Mi agilidad mermada durante 18 horas por este exquisito yunque de cobijas sólo se derrumba por el olor a pollo. Arqueo el lomo, mis cuerdas de violín pegadas a la nariz vibran al son del aroma. Bajo las escaleras y ahí está ese majestuoso manjar vaporoso servido en mi brillante plato.
Devoro hasta que es inevitable deglutir más. Me esfuerzo por llenar cada glándula de mi insaciable boca hasta que mis ojos lagrimean rebosantes de placer. Siento mis entrañas explotar, se expanden y se acalambran intentando hacer la digestión.
Un “miauuu” largo sale de mí al ver que una mano retira el plato. ¡Rabia me bulle dentro! Pero demostrar que no he tenido suficiente ¡JAMÁS! sería complacer al que se dice mi dueño.
4 comentarios
Añade el tuyo →Me imaginé totalmente. Aunque no pensé en un gato
Gracias por leer María! Aplicable a muchos seres vivos jaja!
Genial
¡Gracias por leer!