Cruz blanca camino de la Sierra

Cuentos de mi ciudad

Como cada semana, desde hace cuatrocientos cuarenta y seis años, se encontraron al anochecer sobre el Cerro del Gigante la Ciudad y el Tiempo. Las palabras del sabio león de bronce comenzaron a llenar el silencio, bajo un cielo y una tierra que se cubrían de estrellas.

— En los llanos cercanos que me rodean, sobre los cerros de la cordillera, se encuentran pequeños pueblos rodeados tanto de nopales y huizaches como de pinos al seguir subiendo hacia la montaña. En mis dominios siguen ocurriendo sucesos como los que vi hace cien años. Veo como los hijos de los hijos de los hijos siguen sembrando la tierra, criando animales y observando las fiestas de los santos en cada pueblo. La religión esta enraizada en sus corazones, aunque renieguen de la iglesia y digan que sus costumbres han cambiado. Cada inicio de año observo cómo los Sanjuaneros pasan por mí y los alrededores. Veo nuevos adoradores de la ‘santa muerte’ y, cómo todos los mexicanos, aunque no sean católicos, siguen siendo guadalupanos.

—¡Basta ya! ¿Qué historia me vas a contar hoy? — replica el Tiempo impaciente.

— No desesperes, lo que te voy a narrar requiere que entiendas lo anterior. Tres días antes del domingo, una horda de salvajes llegó cerca de la medianoche al rancho de Nuestro Señor de Villaseca. Portaban armas de distintos tamaños. Trataron de abrir las puertas, no contaron que en la entrada se encontraban los empleados de guardia a medio dormir, quienes escucharon sus pasos y el ruido del machete. Veloces, avisaron a los otros, los que cuidaban la casa principal, los animales y las familias. Precavidos, no habían dejado caer en saco roto los rumores de robos en ranchos cercanos. Detonaciones rasgaron la noche, fuego para repeler a los bandidos — contaba pausadamente la Ciudad.

El Tiempo que lo ha visto todo, sabe que existen bandas de ladrones que saquean, roban e intimidan a comunidades, ranchos y viajeros por los caminos. Herederos de bandas creadas durante la Revolución, aquellas que recorrían las tierras cercanas al Fuerte del Sombrero, cerca, muy cerca de dónde se encontraban.

— La muerte no me es extraña, ni tampoco la violencia ¿Qué tiene de especial tu cuento? El Tiempo por nadie espera… —lo interrumpió exasperado el eterno.

— Tú eres el que te aburres y pides cuentos. Escucha entonces… a causa de los balazos hubo varios heridos. Por el trueno de los disparos, los vecinos acudieron a auxiliar a los que adentro del rancho de Villaseca se agazapaban. Los hombres de bien están hartos, cansados de ver como desaparece en un instante su trabajo de todo un año; de cómo se llevan sus cosechas, animales y herramientas. Con impotencia observan cómo en ocasiones ultrajan a sus mujeres o las madres lloran a sus muertos. Por eso luchan, prefieren morir e impedir que entren.

— Para mí los hombres son pequeños granos de arena que marcan los segundos por los que camino. Pero continúa… — dijo el Tiempo más sosegado.

— Finalmente, los ladrones huyeron despavoridos mientras llegaron los hombres de la ley. Azorados ante la falta de indicios para apresar a los maleantes, que impunes llevaban meses navegando entre los montes, no pudieron hacer nada. Llegó el domingo. Mujeres, hombres y niños vinieron a colocar una cruz blanca a la entrada del rancho entre la maleza debajo del mezquite. ¡Jamás habían perdido a alguno de la familia! Llorando a su difunto, quisieron vencer sobre la muerte colocando ese símbolo. No contaban con que serían perseguidos. Los soberbios malhechores así fueron encontrados y se les hizo pagar por sus pecados. ¡Por religiosos! ¿Qué ironía no?

El Tiempo se quedó pensativo viendo hacia el Cerro Gordo.

— Al final de cuentas, los hombres de eso están hechos. Son una mezcla de sueños, hambre y fuego. Religión, pan o alcohol los alimentan más que otras panaceas. Honran a sus muertos, intentando desesperados dejar evidencia de su paso por la tierra. ¡Qué vanos! ¡Tontos! Cómo si una cruz limpiara lo hecho en vida. Polvo son y el viento se llevará su recuerdo. Los únicos que los recordaremos, seremos tú y yo viejo amigo.

2 comentarios

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Renata felicitarte no es suficiente, creo que espero con curiosidad tu siguiente escrito y eso creo que es vida para una buena autora. Muchas gracias por estos regalos. Saludos Paco

Paco te agradezco tus palabras infinitamente. El saber lo que piensan los que me leen me dan vida. Gracias a tí por leerme. Saludos!!!!

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