La niña que leía

¡Oh querido lector!
He aquí el porqué de estos cuentos,
memorias… ¿o serán anécdotas?
O lo que sea que parecen ser… 
Gracias por tu infinita paciencia.

Cuenta mi madre que cuando yo era pequeña tenía una insaciable curiosidad. Parece ser que, además, desde que aprendí a hablar se trabó el interruptor de apagado. Me interesaba todo lo que veía, escuchaba y sentía. Eran tantas las preguntas que yo hacía que un día, mientras ella iba al volante, a la enésima pregunta de «Mamá, ¿qué dice ahí?», se le agotó la paciencia y se dijo a sí misma: «Esta niña tiene que aprender a leer». Y así fue como a los tres años utilizando un Libro Mágico, mamá —mi primera maestra— me enseñó a leer. Finalmente, ella encontró un modo de mantenerme callada, pues la niña ahora leía.

Recuerdo que mi padre, por su trabajo, tenía que viajar casi toda la semana. A veces, al despertar, encontraba libros o discos a los pies de mi cama. Ilusionada esperaba ver qué sorpresa encontraba entre las sábanas, así sabía también que él ya estaba en casa. Ahora, mientras escribo estas líneas, me doy cuenta de que no todos sus regalos eran para niños. Compraba lo que a él le gustaba, pero con ello logró sembrar en mi mente la semilla de la curiosidad y me introdujo a mil mundos de fantasía.

Tal vez así se originó mi apego a los libros, pues son parte de lo que me une a mis padres, quienes me mostraron de dónde vengo y a dónde pertenezco. Y así crecí: primero devoré los libros que me regalaban, luego todo lo que encontraba en casa, a tal punto que mis papás tuvieron que colocar los libros no aptos para mí en lo más alto del librero para que no los alcanzara. Era tanta mi curiosidad y gusto por la lectura que, cuando enfermaba y no tenía ya nada que hacer en casa, hasta leía la Enciclopedia Británica, de la A a la Z. Nerd desde pequeña.

A los doce años, mis padres me enviaron a Canadá un año a estudiar inglés. Fue una experiencia agridulce porque, aunque creía ser independiente, me sentí abandonada. Solo me aliviaba recibir las extensas cartas que me escribían, así como la llamada telefónica semanal. Sin embargo, tuve la suerte de caer con un ángel que cada viernes por la tarde, después de la escuela, me llevaba a la biblioteca pública. Me sentía una persona adulta con mi propia tarjeta para retirar tres libros por semana. Esa libertad de elegir qué quería leer me hizo muy feliz. Gracias a la lectura aprendí fácilmente otro idioma, pero aún más importante fue que una vez más los libros me ayudaron a salir adelante. Desde entonces, estos se han convertido en mi único vicio, gastando en ellos el poco o mucho dinero que tengo, a manera de regalos para mí misma y para las personas que quiero.

Así fue como conocí las historias que han marcado mi vida, brindándome un arcoíris de emociones y palabras para describir mi sentir. He sido tantos personajes como libros he leído, pasando por mi época rusa para después ser inglesa de corazón. Porque sí, confieso que me convertí en una romántica incurable con las hermanas Brontë, Jane Austen, George Eliot y E. M. Forster. Viví la tristeza y aun así encontré la esperanza con los personajes de Dickens; la aventura con Alexandre Dumas y Jules Verne; y la intriga con Agatha Christie. He experimentado un sinfín de vidas paralelas, partiendo de la imaginación de autores de distintas épocas y orígenes.

Hasta la fecha, puedo decir que mi vida cambia según el libro en turno, pues cada uno toca una fibra sensible que me permite ver con nuevos ojos lo que me rodea, además de sentir cada cosa de manera distinta. Me embarga la nostalgia o la euforia durante varios días, hasta que la última página es leída, sin importar cuando el final no es el que esperaba. Cada libro forma parte de mí, influyendo en quién soy hoy. Gracias a ellos veo el mundo desde la perspectiva del otro y, al leer sobre la vida y la muerte, valoro lo que tengo conmigo.

Debo confesar que mi placer culposo son los libros de niños y adolescentes. Soy fan infatigable de Potter y de los libros de ciencia ficción que leen mis hijos. Quisiera ser como Cornelia Funke: escribir y vivir en ese mundo de fantasía que los pequeños habitan,  ofreciendo el regalo de la lectura a otros niños, como la que yo fui algún día: un ratón de biblioteca. Creo que así fue como desde hace tiempo, sin darme cuenta, se gestó la idea de no ser solo lectora, sino también escritora. Aunque escriba solo para mí.

He comprobado que la vida te da lo que necesitas cuando lo necesitas. Yo deseaba tener nuevamente algo que fuera solo mío, como antes de ser esposa y madre. Un día, encontré lo que buscaba en el mensaje de un grupo de la escuela de mis hijos: ¿Quieres estar en un club de lectura? Y tras el Sí, quiero, cambié mi cotidianidad. A través de este espacio de lectura compartido, me he redescubierto a mí misma como lectora empedernida, obteniendo la fuerza necesaria de no sé dónde para leer al final del día… cuando la vida simplemente sucede dejándome agotada con ganas de solo dormir. He vuelto por fin, a reservar un tiempo solo para mí, en éste mi espacio único e impenetrable; pues como madre me es fácil olvidarme de lo que necesito, en ocasiones anteponiendo primero las necesidades de los demás. 

Sin querer, encontré también a unas hermosas mujeres que, aunque somos muy diferentes, nos une nuestro amor por la lectura, descubriendo después algunas de nosotras nuestra pasión por escribir. Ellas me acompañan en mi camino de autodescubrimiento, desde la diversidad hemos crecido juntas, compartido risas y llantos que nos han unido. Así fue como nació este libro, lleno de ecos e historias, sueños y recuerdos. Cuando escribo, soy libre para cuestionarme a mí misma, para salir de mi comodidad y seguir en movimiento para permanecer viva. Descubro en mis palabras lo que habita en el fondo de la mente y del corazón. Así como mi cuerpo necesita aire, leer y escribir son oxígeno, vida… felicidad. No concibo mi existencia de otro modo.

Un lugar común se ha convertido en mi espacio y mi refugio durante este encierro forzado; ha sido parte de lo que me ha mantenido sana en este cambio de vida en el que me tocó cerrar etapas y reinventarme. Es a donde escapo cuando necesito menos realidad, aunque los libros parecen más reales que nada en mi mente y viven a través de mí. Es donde sigo aprendiendo con humildad a reconocer que entre más sé, menos es lo que conozco. Este es mi lugar mágico, donde nadie existe… solo yo y las historias que me hacen vivir… mil vidas diferentes.

NOTA: Este escrito fue realizado para la publicación del libro UN LUGAR COMÚN.

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Gracias por compartir. Felíz de leer y aprender a través de tí. Me remontas a tu infancia y diferentes épocas de tu vida. Besos y abrazos

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