Sobre las olas, bajo las nubes, alas temblorosas levantan el vuelo. Ella se mantiene inmóvil, suspendida en el tiempo, aleteando sin dejar que la brisa la lleve hacia otro camino. La observo. Por un instante me olvido del sol que besa al mar al caer, del rugir de las olas y de mi existencia. Sin aviso, súbitamente, ella cae en picada, sumergiendo su pico en el aire para pescar un pez imaginario. Gozosa emite un sonido que termina en una letanía aguda y estirada mientras vuelve al cielo paseando sobre mí. La veo repetir la maniobra: suspenderse en vuelo sobre mi cabeza, dejarse caer sobre el mar, mover su pico al ras de las olas y elevarse hacia el universo. Cada vez lo hace más decidida y segura. Cada vez pienso que se va a estrellar contra el agua. Sus armoniosos movimientos me demuestran que estoy equivocada. Y lo recuerdo a él… mi niño de diecisiete años que a gritos va pidiendo que lo suelte, lo deje libre, para correr por los aires como la pequeña gaviota. Pienso que aún es pronto, pero sé que en menos de lo que dura otra vuelta al sol, tendré que dejarlo volar… lejos de mí.
4 comentarios
Añade el tuyo →Que bonito, cuando se ve el vuelo de la gaviota, y pensar lo mismo de los hijos. Que dificil. Pero asi es la ley de la vida. Me encanto. Tq.
Muchas gracias mamá. Bien me decías que un día entendería. Te quiero mucho.
Amiga nos llego la hora, les dimos alas y ahora no podemos quitárselas, y les dimos valores y mucho amor, estoy segura que sabrán usar esas alas muy bien y así es como veremos que hicimos un buen trabajo como papás, te quiero mucho, gracias por estas reflexiones
¡¡Nos llegó la hora!! A seguir estando juntas hasta viejitas mientras los hijos vuelan. Te quiero mucho. Gracias por leerme