De Toto a Parcels

Dejé la zumba pues me cansé de escuchar “Carmen, se te perdió la cadenita” o “La del moño colorado”. No me tachen de fresa o amargada, es que me acostumbraron a oír otro tipo de música. La verdad fue un buen pretexto para dejar la zumba, me encanta bailar así que después de un rato de coreografía uniforme, me quiero soltar bailando como a mi se me antoja. Otros dirán que la dejé porque realmente no quería hacer ejercicio en ese momento, y pues, mejor no voy a discutir eso. No me conviene.

Mi casa era de esas casas donde siempre había música. Mi papá invertía en buenos aparatos, amplificador, bocinas, ecualizador, mezcladora, uno de sus mayores gustos era disfrutar el sonido. Me acuerdo del tornamesa que había que tratar con mucho cuidado. Yo no sabía gran cosa ni de tecnología ni de electrónica, pero me daba cuenta de que le podíamos subir mucho al volumen, sin que se perdiera calidad y fidelidad; eso quizá no les gustaba mucho a los vecinos.

Mi papá estaría fascinado de ver cómo podemos cargar toda la música del mundo en la mano y de cómo el sonido de los autos ha mejorado tanto, se han convertido en una genial cabina de audio. Ahí puedo escuchar lo que quiera al volumen que yo decida. Creo que es una de las razones por las que me gusta manejar y disfruto hacerlo sola.

La música, desde muy chiquita me enchinaba la piel, aun con melodías de viejitos que escuchaban mis papás. Glenn Miller, Ray Connif, Jonh Denver, Hooked on Classics. Cuando nací, en 1970, The Carpenters eran número uno, quizá los escuche desde la cuna porque curiosamente siempre me han gustado. Me despertaba los domingos con las canciones que mi mamá tocaba en el órgano. Esas no me gustaban porque me robaban el sueño. Aún me choca oír Vereda Tropical, sé que la canción no tiene la culpa, pero es que, a mí, si me quieren ver de malas, despiértenme.

Bailaba alrededor de los más grandes. Me aprendí la coreografía de The Hustle que bailaban mis tías, también intentaba llevar el ritmo con mis hermanos cuando en la sala colgaban del candil una pelota de plástico forrada de papel aluminio al ritmo de los Bee Gees en sus fiestas de cumpleaños o un día cualquiera.

Uno de mis hermanos, ahorraba para comprar discos que conseguía antes que muchos otros. El estudio de la casa, más que para estudiar, era el lugar de música y reuniones. Lleno de los mejores LP´s y de amigos que llegaban a grabar sus casetes y escuchar las últimas novedades. Así, aunque con mis amigas escuchaba Parchis y Timbiriche, a mí me gustaban más Toto, Supertramp, Fleetwood Mac, Journey o Rod Stweart. Con Reo Speed Wagon lloré, con Foreinger canté, con Queen me emocioné, con Pat Benatar bailé y con Pink Floyd me admiré. Sería interminable mencionar a tantos y tan variados.

Trabajé un tiempo en la tienda de discos de mi hermano. Era el auge de los CD´s, no sé si vendí muchos o no, solo sé disfrutaba mucho estar ahí, oyendo música y hablando de ella.

Los acontecimientos me hacen pensar en canciones y casi todas las canciones traen a mi mente una memoria. Las relaciono con personas, lugares, momentos. Así cuando oigo Ella se llamaba Martha siento que estoy despertando de una anestesia, al escuchar The Rose recuerdo a mi hermana emocionada y por muchos años no podía escuchar Time de Alan Parsons pues me recordaba la muerte de mi papá. Podría hacer una larga lista de canciones relacionadas con momentos. Por eso escucho música, porque soy una nostálgica empedernida.

La música alegraba mi casa de niña; decidí que también alegrara la vida de mi familia. El plan funcionó. Mi marido, que también ama la música, contribuyó bastante. Cuando mis hijos eran pequeños les recetábamos en el coche una larga lista de canciones hasta que la música se convirtió en tema de conversación, de discusión y motivo de compartir.

Me emocioné cuando mi hijo Rodrigo de tres años me pidío la canción de los “violines que lloran”, refiriéndose a Claro de Luna de Beethoven; o cuando me pedían que le subiera a Now we are free, tema de la película Gladiador. Me encantó cuando descubrí que les gustaba Joaquín Sabina y me sentí feliz cuando mi otro hijo Alonso, declaró que Pink Floyd es el mejor, aunque le guste escuchar rancheras y boleros.  Mis hijas, Ximena y Amelia, siempre se acordarán de su madre al escuchar a Celine Dion, al igual que yo recuerdo a la mía con tan solo ver a Julio Iglesias.

En fin, música siempre y en todos lados. Aun en momento tristes, la música nos ha acompañado. Ahora, no puedo ni quiero pedirles que la dejen de escuchar. Todos ponen música en sus reuniones y les encanta ir a conciertos. Se bañan con música, se desvelan con música. Me alegro tanto. Aún no han logrado que me guste el rap, mucho menos el reggaetón. Ellos se han encargado de sumar memorias a mi vida y puedo decir que me han presentado a excelentes nuevas opciones como The Killers, Coldplay, Zoe, Foster the People, The War on Drugs, Oasis, Parcels. Ya no escucho tanta música de antes para descubrir nueva. Quiero construir nuevas memorias.

Mis listas de música últimamente se parecen a la comida fusión, son una revoltura de estilos, épocas e idiomas. Me recuerdan que la vida continua, llena de subidas y bajadas, de sonidos y silencios, de alegrías y tristezas. Todo es cuestión de ritmo y armonía. Así que Let it be. Todo da vida. A bailar. Nada más; por favor, no me digan cómo.

Que siga la música, All you need is love.

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