De cómo me gusta vivir entre letras

Llegué a León hace cinco años, cambiando radicalmente mi vida familiar, con la intención de mejorar nuestro estilo de vida, porque mi adorado Defectuoso cada día se volvía más complicado. Al llegar a León fui invitada a un círculo de amigas, donde conocí a Vero Anaya; a los pocos meses, empecé con ella un curso de filosofía semanal, y en alguna ocasión hablamos de la posibilidad de hacer un círculo de lectura. Ella se fue a Torreón y dejó este encargo a Denise, quien ahora lo lidera.

Por alguna razón, al principio no pude inscribirme; después vi por ahí una publicación. Casualmente, al mismo tiempo, vi un grupito de mujeres reunidas en una cafetería cercana a mi casa y me dije: seguramente estas mujeres son las lectoras. Así que me decidí a enviar el mensaje para la inscripción y heme aquí, compartiendo por primera vez esta experiencia de escribir, de transmitir, de comunicar hoy mi sentir por la lectura.

Cuando cursaba la preparatoria, tenía un profesor de Literatura que encontraba la manera de entretener a un grupo de 28 chamacos interesados en todo menos en las clases. Él llegaba con un saco de color obscuro, que rayaba entre lo brilloso, de tanto haberse planchado, y lo desteñido, de tanta lavada; con un rostro caricaturesco, de dientes salidos y chuecos; pelo lacio totalmente engomado. Mascaba idiomas al saludarnos en latín y parafrasear en francés, para después transformarse en poderoso del cielo y narrarnos la historia de la creación, o disfrazarse de cura y contarnos la utópica Navidad en las montañas. Pero de todas, la que me encantó fue la de Horacio, la Maga y Rocamadour. Yo me imaginaba caminando por las calles de París, escuchando jazz, tratando de desmenuzar la historia de amor que se tejía de dos maneras y al mismo tiempo entrever que puedes cambiarla solamente con leer diferente el ritmo de lo escrito. En ese mismo momento me enamoré de Julio Cortázar; me sorprendió cómo podía haber escrito para mí la obra maestra de la literatura hispanoamericana. Empecé a leer sus cuentos y a entender que el mundo puede verse de maneras fantásticas, y crear realidades y planteamientos existenciales. Yo tenía 17 años y justo estaba en esa fase de cuestionamientos. Leer a Julio era justo lo que necesitaba en aquella época.

Entré a la universidad y mi lectura se centró en textos didácticos y en manuales de métodos de investigación para posteriormente adaptarlos al trabajo creativo. Todo lo referente al arte se mezcló con la necesidad de entender conceptos de belleza, estética, diseño; ver que cada persona —al igual que en la lectura— puede razonar los conceptos a su manera, que todo es subjetivo, que una obra de pintura, cine, danza, ópera… puede ser percibida de diferente manera según los factores que intervengan en el momento de la apreciación: el estado de ánimo, la edad, la vida que llevas, las personas que te acompañan, el lugar. En fin, siempre podrás apreciar una obra, pero nunca volverás a verla igual.

Estar en un círculo de lectura me dio la posibilidad de entender justo esto, que todos somos diferentes; que podemos compartir puntos de vista, sentimientos; que también podemos disentir, y de pronto descubrir entre los libros nuestras historias de vida. Encontré similitudes y entendí que en esta vida nada es casualidad, sino que son causalidades las que te entregan a las personas que necesitas en determinados momentos. Mi regalo de estar entre letras es, sin lugar a dudas, primero: personas maravillosas que me nutren y me inspiran; una ocasión que me regala un par de horas a la semana solo para mí, para reconocerme como yo misma, pero también como parte de un clan, y que justo hoy nos abrimos como tal vez nunca lo habíamos hecho; ahora comprendemos que somos mujeres empoderadas, madres, pero también guerreras en esta etapa tan especial de la vida, que podemos crecer individualmente, pero que colectivamente encontramos pasiones que nos hacen ser invencibles, que tal vez las Defreds, Selmas, Soledades, Annies nos han hecho vibrar y despertar la inquietud de también plasmar historias de madres, hijas, hermanas, soldados, amas de casa, cocineras, artistas, mujeres comunes y corrientes, doctoras, que sé yo, que a su vez puedan generar sentimientos entre nosotras, pero también entre quienes nos rodean; o imaginar poder llegar a aquella mujer en algún lugar del mundo que justo necesitaba leer nuestros futuros personajes para creer en sí misma —justo como ahora lo hago yo.

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