El amor quema

Hay relaciones que hacen tanto bien aunque sean peligrosas,

 ¿Te suena familiar?

Me propuso matrimonio como siempre lo soñé. Estaba muy emocionada por ir a Tequisquiapan a volar en globo aerostático. Cuando aquella inmensidad hizo su magia se me encendió la piel; aquel fuego que permitía romper la ley de gravedad provocó lo mismo en mí. Al subir a la cesta me sentía ligera y enamorada. Sus brazos rodeaban mi cintura, me besaba el cuello, cerré los ojos para llenarme de ese momento, llenarme de él, del cielo, de la libertad de amar. Al abrirlos una manta gigante se ondeaba frente a mí: ¿TE QUIERES CASAR CONMIGO?”. Volteé a verlo sorprendida, ahí estaba él de rodillas como un príncipe moderno  vestido con su sonrisa llena de vida. Dije que sí.

La organización de la boda fluyó en armonía, nos encargamos de todo juntos a pesar de sus constantes viajes de trabajo.  Aunque llevábamos solo seis meses de relación nos entendíamos con la mirada.

El día de la boda llegó tarde, raro en él. Su mamá ya estaba en la iglesia, lo cual me tranquilizó. Su papá no llegó, ya me había contado que tenían mala relación; era hijo único y de familia pequeña. Cuando dijimos “si acepto” sellamos nuestro destino.

La luna de miel fue mágica. La pasión que desbordábamos nos hacía hervir, cada rincón del hotel fue testigo de ello. Sus dedos me quemaban, mi piel era lava ante él. Yo lo desnudaba arrancando los botones de su camisa sin importarme lo que pensara, siempre dejó que yo fluyera sin límites rindiéndose de placer ante mí. Jamás pensé que yo haría tales cosas pero la libertad sin juicios que compartíamos me dio seguridad. Nunca me cansaría de esas manos que me recorrían sin escrúpulos.

Regresamos a la vida real. Sus viajes de trabajo lo mantenían cada vez más ausente de casa pero eso hacía que sus visitas fueran más intensas, era como echar leña a la hoguera. Yo estaba ocupada con mi trabajo así que me hacía falta solo cuando mis amistades y familia me recordaban que la mayoría de las veces estaba sola. No me preocupaba porque lo que teníamos me llenaba, confiábamos uno en el otro, nunca hubo celos de por medio, mucho menos control.

Una noche me llegó una caja con una invitación a cenar al hotel donde tuvimos nuestra primera cita. El vestido que venía dentro era el más hermoso que había visto, de un negro intenso, la tela suave y brillante. Caía sensualmente por mi cuerpo acentuando mi figura. No usé ropa interior  para evitar cualquier marca sobre la tela que pudiera arruinar su perfección. Llegué al lugar, di mi nombre en recepción donde me proporcionaron una llave. Subí al elevador con el corazón en la garganta, no sabía qué esperar. Cuando abrí el cuarto me recibió él, tan guapo en un traje negro, se deshizo la corbata, me vendó lo ojos. Yo me dejé hacer, me llevó de la mano al interior de la suite, comenzó a besarme mientras el vestido resbalaba hacia el suelo. Mi piel crispaba de placer. De repente sentí otras manos sobre mis glúteos, me asusté. Sentí otra boca lamiendo mi espalda, me tensé. Habíamos platicado muchas veces sobre vivir la experiencia de un trío, ya fuera con un hombre o una mujer pero aún así me sorprendí. Él me preguntó si quería parar, —me gusta tu infierno— le dije. Así, a obscuras absorbí cada sensación, ya no me importó quien fuera, el calor abrasador me hacía bien. Fue una experiencia única, darnos placer a manos llenas, disfrutar el sexo por sexo, llegar al tope de mis emociones y llevarlos conmigo fue excitante. Juntos rebasamos las fronteras.

 Al terminar pedimos servicio al cuarto, cenamos los 3 juntos. Ella era guapa, pelo negro, cuerpo firme y voluptuoso. Relajada y alegre. No platicamos de nada en particular, él llevó la convivencia de manera casual. Nos vestimos y nos fuimos a casa.

Yo me sentía flotar, dormí profundo, cuando desperté ya no estaba. Me dejó una nota que decía que regresaba para comer. Preparé su comida favorita, decoré la terraza con flores y puse en el suelo unos cojines. Cuando llegó comimos, platicamos lo ocurrido una noche anterior, antes de  poderle preguntar dónde la había conocido se puso serio y me pidió que lo escuchara.  Lo que  me dijo ni en mis sueños más locos lo esperaba: ella era su esposa desde hace 10 años, bueno su pareja porque  nunca se casaron. Una ducha de agua helada cayó sobre mí cuando me di cuenta que yo era “la otra”, “la casa chica”. Me juró que nos amaba a las dos, que le diera oportunidad de explicarse. Lo corrí.

Dos meses pasaron, ni un día dejó de buscarme. Una tarde la mujer tocó a mi puerta. La invité a pasar, le serví café. Me contó su historia. Me dijo que me respetaba y me quería a través del amor que “nuestro” marido reflejaba por mí. 

Lo cité a solas, necesitaba entender. Me dijo que su intención nunca fue lastimarme, que lo disculpara, que me amaba —tú sabes que me tienes cuando quieras. Tú y yo tenemos tanto, con ella podríamos tener más. Tener más amor, más pasión, más compañía, más complicidad. Nuestro pequeño mundo de tres. Nunca lo planeamos, bueno si lo visualizamos, sabíamos que podíamos fracasar pero valía la pena intentarlo, VALES la pena intentarlo—. Enmudecí porque, la  verdad sea dicha, sentía lo mismo; yo tampoco lo podía dejar de amar.

Estaba enojada por la mentira pero me entusiasmaba estar con ellos, habían encendido mi cuerpo y ahora no podía parar. Si volviera a nacer repetiría cada una de mis decisiones. Mis expectativas y estereotipos cayeron como un telón que revela la obra de arte que hay detrás.

Desde hace un año nos vemos en el mismo hotel. Él sigue viajando pero llega a casa. A veces voy a reuniones donde me compaña ella, también hemos ido los tres juntos. ¿Cuánto durará? No lo sé. Lo único que sé es que ahora también la amo a ella.  

El amor es fuego, quema, vale la pena.  

Inspirado en la canción “Me haces tanto bien” de Amistades Peligrosas.

6 comentarios

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Gracias por leer Beto, no lo sé…¿tú qué piensas? Habría que estar en sus zapatos, mientras dejarnos llevar por la historia de ficción. Saludos!!

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