Aquella tarde llevaba el cabello suelto y aunque sus manos luchaban por atarlo era imposible vencer al viento. Un vestido corto ceñía su cuerpo delgado. ¡Qué bien le sienta el rojo!
Durante el camino no paró de hablar, creo que estaba nerviosa. Yo no entendía lo que decía porque en la radio sonaba una y otra vez una empalagosa canción de moda. En realidad no me importaba pues estaba perdido en su sonrisa.
Lo decidimos de pronto. Tras un par de miradas de escritorio a escritorio nos escapamos de la oficina. Era viernes, nadie nos echaría de menos.
No llevamos equipaje, nuestro destino era el lugar donde el cielo se une con el mar. Y cuando lo encontramos todo fue perfecto.
Antes de entrar a la habitación la tomé en mis brazos y la cargué como a una novia. Creo que eso le encantó. No sé porque lo hice. Después le robé un beso y luego otro. Y otros más.
Allí nos perdimos.
No nos importó mi compromiso ni el suyo.
Nos dejamos llevar.
Éramos un par de amantes que se habían encontrado demasiado tarde. Por eso nuestro afán en recuperar el tiempo perdido.
Imaginé construir un mundo nuevo a su lado.
Pero no me atreví.
Sabíamos que era una despedida.
Al volver ya no hubo charla.
Me hubiese gustado ser viento para jugar con su cabello por última vez.