El Milagrito

Todos los niños del pueblo vamos al catecismo. Nos reunimos en la capilla  muy  tempranito y bien peinados. Los más grandes toman la clase en el patio de cantera, a los chicos nos toca quedarnos dentro. Me gusta como rechina la madera del piso cuando entramos a la iglesia y como rebotan  nuestras risas en las paredes. 

El altar es de oro, brilla como el sol. 

Me aburren tantas palabras. Ya no escucho lo que dice la maestra, recargo mi cabeza en la banca y miro al techo, es azul, parece un cielo. Alguien pintó en lo más alto a la Virgencita María, que bonita con su cabello suelto y su vestido largo. Tiene rayitos dorados sobre su cabeza. Me sonríe, yo también. 

Por fin termina la doctrina. Todos los niños salimos corriendo al patio. 

Con mis hermanas siempre juego al escondite, soy el mejor. 

Uno, dos, tres… 

empieza la cuenta 

cuatro, cinco, seis …  

¿Atrás del pirul?

siete, ocho, nueve…

¿En los baños?

diez.

¡En el campanario!

Subo rápido los escalones, vaya que son muchos. Por fin llego a lo alto, casi puedo tocar las nubes, respiro despacito para que no me escuchen. Me quedo en un rincón, pero nadie me busca, nadie me encuentra. Trato de asomarme para gritar ¡Aquí estoy!  Pero la barda es alta y yo chaparro, así que trepo por la esquina. 

Desde arriba las personas parecen hormigas, así debe de vernos la Virgencita desde el cielo,  pequeñitos.

Me divierte ver a mis hermanas gritando mi nombre:

 — ¡Sal del escondite Pancho, nos rendimos! 

Yo no contesto. Quiero que sufran un poquito más. 

Me siento en la orilla del campanario. ¡Qué diferente es todo desde aquí!  

Me visitan las palomas, parecen enojadas, no les agrada verme cerca de sus nidos. Fin del juego. Decido salir de mi escondite.

No sé cómo resbalé, lo único que recuerdo fue un dolor  horrible en mi panza y viento fuerte en mi cara. No pude abrir los ojos. Todo fue muy rápido. Me sentía como en un juego de feria. Antes de golpearme con el piso de cantera alguien me cargó, me sentí en un lugar calientito, como cuando mi mamá me abraza. Ya no tuve miedo. 

Era una mujer muy bonita, con el cabello suelto y un vestido largo. 

Me sonrió, después entró en la capilla y desapareció.

Desde entonces todos en el pueblo me llaman “Milagrito”.

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