Las cosas que perdimos en el fuego

Me gusta pensar que comparto rasgos con mis escritoras favoritas. En ocasiones he visto como su timidez o las ganas de apartarse del mundo los llevó a perderse entre libros, como con Liliana Colanzi, o en otras la necesidad de dar sentido al mundo es lo que las llevó a escribir, como a Brenda Navarro. Pero en el caso particular de Mariana Enríquez, me embruja pensar el que ambas hayamos nacido a finales de 1973, vivido en la época del rock/punk de los ochenta, nos gustara leer a Stephen King y que la constante al crecer haya sido estar rodeadas de las grandes crisis económicas en nuestros países. Además, de pequeña yo decía que quería ser periodista —como ella— y de grande me he dedicado muchos años a la docencia —como ella. Pero creo que los que nos hace afines es nuestra obsesión por la muerte: la que en ocasiones veo en cada esquina, la que me apabulla entre sueños, y la que me hace cuestionar cada cosa que hago para tratar de estar lo más viva posible.

Mariana Enríquez se ha convertido en una lectura indispensable, a pesar de las pesadillas y el miedo que me causan sus cuentos y novelas. En “Las cosas que perdimos en el fuego”, los doce cuentos de terror se sitúan en espacios donde existe pobreza, en viejas casonas en el centro de Buenos Aires, o en suburbios y pueblos argentinos donde lo oscuro, y las supersticiones, son el tema común que las une. Sus personajes son huérfanos, mujeres acompañadas por la soledad, parejas en crisis, padres ausentes, jóvenes circulando en un mundo alterno al de los adultos. Las tramas son verosímiles, por lo que, al vivir en un ambiente similar al retratado donde impera la desigualdad social, hace que me convierta en una lectora aterrorizada de lo que pudiera ser.

Quisiera copiarle a Enríquez su manera de contar historias en una prosa clara, directa, contundente. Sin adornos, sin juicios, con desapego emocional. Convertirme, como ella, en una observadora que solo narra sin pausa. Todos los cuentos me parecieron fantásticos. En El chico sucio, Los años intoxicados y El patio del vecino me obligó a ver a niños y adolescentes con otros ojos, a veces con dolor por lo que viven, a veces con terror por ser fuentes de violencia. En el de Nada de carne sobre nosotras me obsesioné con la locura. En Tela de araña y Las cosas que perdimos en el fuego me conmocionó cómo retrata visiones de mujeres que llegan al extremo, provocadas por la violencia psicológica y física que reciben de los hombres en su vida.

Enríquez es todo un happening, un must y una imprescindible de la literatura. Mariana en verdad “nothing compares to you”.

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