Lo intenté muchas veces sin éxito. Me senté frente a la computadora en un horario regular tratando de ser disciplinada. También dejé una la libreta sobre mí buró por si acaso entre sueños llegase alguna frase inspiradora. Hice anotaciones sin sentido en los tickets de compra. Repetí historias en mi mente mientras iba y venía en el auto. Pero nada me parecía congruente. ¿Qué puedo escribir que sea de interés para los demás? ¿Es necesario que alguien me lea? O basta con el deseo profundo de escribir para resguardar mis pensamientos. Así que hice a un lado las falsas pretensiones de ser una buena escritora y me liberé del peso de la exigencia.
Dejé de compararme con Rosa Montero, Guadalupe Nettel, Alma Delia Murillo o Marguerite Yourcenar por nombrar solo algunas de mis escritoras preferidas. Hice a un lado las reglas ortográficas, los ejercicios de creatividad y las técnicas narrativas. También me deshice de esa voz estricta que constantemente susurra que nada es suficiente.
Decidí hacer una pausa. Me autoimpuse una cuarentena de letras. Nada de drama, ni de lugares inhóspitos o amores imposibles. Me aparté de mis grupos de lectura por no caer en la tentación de hojear el texto del mes, no más poesía en voz alta, ni mucho menos poner un pie en mi librería favorita.
Estoy sin tinta.
Algunas personas se encuentran en el espejo, yo me miro en la página en blanco. Allí es donde me descubro, mejor aún donde me invento.
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Añade el tuyo →Gracias por visibilizar esa frustración que muchas personas vivimos al enfrentarnos a la página en blanco.