Alma empieza el día como lo hace siempre. Hace su desayuno, lo come sin prisas, mastica pausadamente. Cuando termina se pone un vestido blanco con negro, igual a los otros veinte que tiene en el vestidor. Posee una belleza sencilla no necesita arreglo alguno. Además afirma, que es sumamente banal perder el tiempo escogiendo que ropa usar, por eso todas sus prendas son iguales, a excepción de un par de jeans y chaqueta negra que usa en ocasiones especiales.
Baja al lobby, saluda amablemente a todas las personas con quienes se cruza durante el trayecto, hasta que llega con Manuel el conserje, le pregunta por la salud de su madre. Manuel piensa que la señora Alma, como le dice, es la señora más buena y bondadosa que conoce.
Alma trabaja en un despacho de asistencia social, pasa la mayor parte de su día leyendo expedientes sobre niños y niñas que son víctimas de abuso, a quienes hay que buscarles un lugar seguro para vivir. Disfruta mucho su trabajo, considera que aporta un poco a mejorar la sociedad en donde vive, aunque la tarea que ella cree clave, para limpiar la sociedad, la lleva a cabo durante una noche al mes, especialmente cuando hay luna llena, cambia su vestido blanco y negro, por sus jeans y chaqueta.
Alma es una cazadora y esa noche de luna llena, sale a cazar. Sí, caza hombres. Hombres abusivos, maltratadores y borrachos, a quienes hace responsables de todo el mal que existe en el mundo. Esta vez decide esperar a su presa afuera de un bar de mala muerte cerca de la zona industrial.
Gracias a su trabajo tiene toda la información de Chucho, el padre de Gabita, la niña de seis años que llegó el mes pasado con el ojo hinchado, el labio partido, y el cuerpecito lleno de moretones. En cuanto la vio cruzar el umbral de la puerta, su pecho y estómago se llenaron de indignación, pues sabe por experiencia propia lo mucho que esa pequeña sufre. No hay día que no piense en lo injusta que es la sociedad que permite semejantes atrocidades, en donde niñas, niños y mujeres son víctimas de los más terribles abusos, y en donde los hombres, en la mayoría de los casos, salen indemnes de la situación.
Por eso caza.
Porque no hay justicia.
Porque a nadie le importa.
Chucho está en aquel bar desde las seis de la tarde, hora en que salió de trabajar de la fábrica textil en donde labora diez horas de lunes a viernes ganando la irrisoria cantidad de 250 pesos mexicanos diarios, de los cuales se gasta casi tres cuartas partes en ese tugurio día tras día. Cerca de las once de la noche totalmente alcoholizado decide irse a casa, ignora que afuera una mujer lo espera.
Alma siente repulsión al ver a Chucho salir del local, hace acopio de todas sus fuerzas toma una bocanada de aire, se acerca tranquila, sin hacer ruido, como un depredador experimentado y furtivo. Es una cazadora atrevida, temeraria, primitiva. Siente una gran satisfacción al ver de cerca el sufrimiento de su presa, su contacto es tan directo y sútil, que la mayoría de las veces ignora que está pasando hasta que es demasiado tarde. Esta noche no es la excepción.
Chucho recibe el frío abrazo que le da el acero del cuchillo de Alma, ella cuenta tranquilamente mientras lo sostiene con firmeza:
Uno…
Dos…
Tres..
Cuatro…
Cinco…
Seis…
Seis puñaladas en el hígado.
Eso es suficiente.
No cinco.
Ni siete.
Tiene que ser número par.
Con seis se asegura, de que Chucho no vuelva a golpear a Gabita ni a nadie en su vida. El cuerpo ya muerto se desliza entre los brazos de Alma, cayendo torpemente sobre la banqueta, queda en la típica posición de aquel que cae rendido ante la influencia del alcohol.
Alma, saca una toallita desinfectante de la bolsa de su chaqueta y limpia el cuchillo, tranquila y ligera se incorpora al silencio de la noche.
Llega a casa y mientras ve su reflejo en el espejo un número viene a su mente: veinte. Sonríe satisfecha al darse cuenta de que es número par. Es una noche maravillosa.
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Añade el tuyo →Genial, me encantaría leer como fueron los otros 19