Oye día, eres odiosamente triste.
El día contestó sin importarle semejante ofensa:
Soy un día. En mi esencia está la esperanza.
No vengas a echar sobre mí tu ceguera.
Oye tiempo, eres odiosamente lento.
Y el tiempo contestó sin importarle semejante juicio:
Soy el tiempo. En mi esencia está el ritmo.
No vengas a echar sobre mi tu falta de armonía.
Oye persona, eres odiosamente insoportable.
Y la persona contestó sin importarle semejante descripción.
Soy otro. Yo me soporto a mi mismo.
No vengas a echar sobre mí tu necesidad de que yo sea el soporte.
Oye, se dijo a sí misma, eres odiosamente monótona.
Y su yo contestó sin importarle semejante revelación.
Soy Yo. En mi esencia esta la transformación.
No vengas a echar sobre mi tus miedos.
Ni el día, ni el tiempo, ni el otro
estaban para cambiarle la vida.
Tendría que enfrentar sus miedos
si de verdad deseaba, del hastío, emerger.