Nunca hemos celebrado el catorce de febrero. No es necesario. Es solo un día más en el calendario. En cambio cada día hay, sin orden ni concierto, pequeños actos de amor de parte de él. Como cuando me subo al auto y siempre tiene gasolina. Cuando él lleva a mi hijo menor a la escuela para dejarme dormir una hora más. Cuando tengo las manos frías y las aprieta entre las suyas para calentarlas. Cuando permite que mi mascota se acueste a mis pies sobre la cama, a pesar de que no le gustan los perros. Cuando lleva a mi hijo mayor a tomar el autobús que lo regresa a donde estudia porque, sin importar el tiempo transcurrido, sigue doliendo verlo despedirse. Cuando él se convierte en un sí a todo y me acompaña a conciertos sin saberse las canciones y a conferencias de escritores a pesar de que no comparte mi gusto por la lectura. Cuando va por mí al aeropuerto y estaciona el auto para esperarme adentro. Cuando me comparte el último bocado de su comida aún con hambre. Cuando no puedo dormir y me acaricia el pelo. Cuando por la mañana al despertar me toma de la mano sin decir nada. Cuando cada día se despide de mí con un beso. Y por la noche antes de dormirse me da otro más.
Pequeños actos de amor que se han vuelto cotidianos y, por lo tanto, un ritual entre los dos. Una celebración de nuestra vida en común. Sencilla, pero feliz.
3 comentarios
Añade el tuyo →Yo diría que no son tan «randoms», parecen detalles diarios y nimios; pero al final son el amor de verdad.
Hola Lume!! mil gracias por leer y escribir tu impresión. Un abrazo grande grande.
Recordé los cinco lenguajes del amor, los actos de servicio que pueden ser tan cotidianos son ese lenguaje que valoro más.