Mara

El agua no resiste. El agua fluye. 
Cuando sumerges tu mano en ella, todo lo que sientes es una caricia. 
El agua no es una pared sólida, no te detendrá. Pero el agua siempre va donde quiere ir, y al final nada puede oponerse. El agua es paciente. El agua que gotea desgasta una piedra. Recuerda eso. Recuerda que eres medio agua. Si no puedes atravesar un obstáculo, dale la vuelta. El agua lo hace.

—Margaret Atwood, The Penelopiad

Su color favorito es el azul, porque combina perfectamente con su cabello. No le gustan los postres, prefiere la sal. Le encanta que el viento juegue con sus ideas, por eso lleva su melena sin ataduras. En noches de luna llena puede verlo todo, no hay sitio que se escape a su don. Encuentra los objetos perdidos, los tesoros ocultos, los secretos prohibidos y los amores extraviados.

Las mujeres de su tribu le enseñaron a viajar al pasado, pero solo para ir en busca de la herida del alma. Así que cierra los ojos, une sus manos y repite un par de rezos incomprensibles. En un santiamén encuentra la tristeza más profunda, el resentimiento añejo, la raíz del exilio, las lealtades concedidas, la nostalgia insostenible.

Aprendió desde muy niña a hablar todas las lenguas, incluso las que no son de este mundo. Siempre tiene las palabras exactas para guiar a quien no encuentra el camino; consolar, bendecir, desatar nudos y acabar enredos.

El agua es su elemento. Por eso cuando llueve, abre grande la boca para beber las gotas que caen; le parece un desperdicio que caigan sin más al piso. Baila entre charcos. Toma largas duchas en la bañera. Cuando llora, acostumbra a beber sus lágrimas, pues dice que son el antídoto de cualquier mal.

Trabaja como instructora de natación en la alberca pública. Gracias a ella, sé todos los trucos bajo el agua. Antes de zambullirme inspiro profundamente y exhalo. Una vez dentro, me relajo, pienso en otras cosas. Activo mi mente. Desde entonces dejé de temer a lo profundo, y puedo abrir los ojos sin dejarme engañar por las imágenes distorsionadas.

Mara llegó al pueblo una noche. El océano la arrojó después de una tormenta. Desde entonces vive entre nosotros, con el mar revuelto en las entrañas.

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