La crisálida en el árbol

Cuentos de mi ciudad

Cuando ella mira por la ventana ve a una niña subir al árbol frente a su casa. Se acurruca entre las ramas hasta mimetizarse con ellas. Pasan las horas y la niña sigue escondida, en una especie de sueño que la inmoviliza. Pareciera una crisálida, con sus largos brazos alrededor de sus piernas mientras apoya la cabeza en las rodillas.

El sol indica que es cerca del mediodía. La niña se estira lentamente. Baja despacio del árbol y camina por la calle hasta perderse de vista en la esquina. ¿Qué hace sola una pequeña toda la mañana metida en un árbol? Las cosas han cambiado, ya no son como antes, ahora vivimos tiempos violentos. La rutina hace que olvide este hecho curioso, sin dedicar más tiempo a pensar en que una niña vague sola.

Pasan los días. La mujer trabaja sentada en su escritorio como cada mañana. Mira por la ventana, la niña ya está inmersa en el árbol. Siempre con su uniforme gris. La observa con mayor detenimiento. Se da cuenta que se acerca más a ser una joven mujer que una niña. La curiosidad la carcome, pero no se anima a salir de su casa y preguntar la causa.

Una mañana mientras regresa a casa ve a la joven por la acera. Morena de cabello lacio, ojos negros y mirada triste, se mueve como los viejos, con la seguridad de haber vivido ya cientos de años. Decide enfrentarla, descubrir lo que sucede. La joven sigue hacia su árbol tratando de esquivarla, más la mujer está decidida. Se planta frente a ella y pregunta:

— ¿Cómo te llamas? ¿Vas camino de la escuela?

La que ya no es niña pero tampoco mujer quiere huir mientras las lágrimas se asoman. La mujer no sabe que es correcto y se arriesga poniéndole una mano sobre el hombro mientras la mira consternada.

— Esta es mi casa, ¿necesitas algo? Puedo tocar y pedir lo que quieras.

La joven se deja caer al piso. La mujer se sienta a su lado. Espera un sinfín de minutos hasta que entre sollozos comienza a contar:

— La escucho en el canto de los pájaros por la mañana antes de abrir los ojos. Veo su sombra entre las nubes de colores en el cielo al atardecer. El viento trae su aroma a huele de noche junto con la luna llena. Por más que la busco no la encuentro. De repente la siento cerca pero ella ya no está. Un día en este árbol vi una mariposa amarilla. Como la del cuento que ella me contaba de pequeña. Pensé que si me sentaba todos los días a esperar, me saldrían alas para volar hasta donde ella está. Su madre, mi abuela, me ha encerrado entre muros de silencio, todo se hace en esa casa sin hablar. No me animo a gritar el dolor que llevo dentro y por las noches ya no salen lágrimas de cristal. Me acostumbré a este vacío en el estómago, que ya no sé si es por su ausencia o por el poco alimento que recibo. Ahora no conozco a nadie pues me movieron a un edificio nuevo lleno de personas sin rostro. Ellos no me ven, no me escuchan, no perciben mis pasos o el lugar que ocupo mientras permanezco sentada, sin aprender nada más que a ser invisible ante los demás. Ni cuenta se han dado que falto. Si desaparezco nadie me extrañará. Usted es la primera persona que me ve desde que ella se fue, que me toca, que me escucha. Si este árbol es suyo, solo déjeme sentar en él hasta convertirme en mariposa y poder volar.

Su forma de hablar es extraña. La mujer la escucha confundida mientras la tristeza la invade, hipnotizada por sus palabras y su habilidad de conjurar el viento, las nubes y hasta la luna en un instante. Solo existen ellas y el árbol mientras el tiempo se detiene y desaparece el murmullo de la ciudad. De repente ve una mancha amarilla pasar frente a sus ojos para internarse entre el verdor a esperar.

— Es momento de que suba al árbol — le dice la joven mientras se levanta y escala con cuidado entre las ramas.

Vista de cerca, la joven parece convertirse en parte del tronco gris. Se une a los pequeños insectos y animales que ahí habitan, pulsando al mismo ritmo de la savia que recorre raíz, tronco, ramas…hojas. Trastocado el tiempo y el espacio, la mujer se pierde en sí misma. Hasta que se da cuenta que la joven ya no está y entra a su casa desconcertada.

Espera día tras día a que la joven aparezca. Se pregunta dónde está. Recorre las calles prestando atención a lo que sucede fuera de su ventanilla. Busca noticias de alguna joven desaparecida o encontrada muerta en la página local. Ninguna persona por las calles o entre líneas se parece a la joven crisálida. Finalmente, deja de buscar.

El verano se acerca a su fin. Un impulso del corazón la hace mirar por la ventana. Ve dos pequeñas mariposas amarillas que se posan entre las flores del pequeño balcón. Las ve volar hacia el cielo, envueltas en un aroma a huele de noche mientras el sol resplandece. No sabe porqué siente que es la despedida.

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