Frijolito

Te llamé frijolito porque aún no sabía si eras niña o niño, y porque eso parecías en la pantalla de ultrasonido. Además, tu imagen me hizo recordar esa plantita de frijol que de niña cuidé. Cursaba tercero de primaria; la maestra nos asignó un proyecto: sembrar una planta de frijol. Yo comía frijoles todos los días, pero desconocía su origen. Me sorprendí cuando la maestra nos explicó que brotan de una planta. Yo solamente los conocía en mi plato, en la olla de barro o en el frasco que mamá tenía en la alacena.

Al llegar a casa corrí a la cocina. Mamá preparaba una salsa en el molcajete. Con mi libro en mano y agitada, le pedí un frijol, un frasquito de cristal y un algodón para comenzar mi proyecto. Lavé minuciosamente el frasco y con mucho cuidado acomodé el algodón y el frijol. Lo rocié, mientras al fondo mamá me advertía de que con mucha agua lo echaría a perder. Coloqué mi frijol en una mesita junto a la ventana, para que el sol le ayudara a crecer. Todos los días estudiaba mi plantita, ya que la maestra nos indicó que anotáramos los cambios que observáramos. Al principio, lo que vi fue un frijol arrugado; mi entusiasmo disminuyó un poco. Sin embargo, a los pocos días se asomó una hojita verde. Grité como loca, llena de alegría, anunciando por toda la casa que mi frijol había nacido. Lo hidrataba cada día recordando la advertencia de mamá… Cuál fue mi sorpresa cuando la plantita medía cerca de diez centímetros y una de sus hojitas mostraba la cáscara del frijol. Tuve una sensación muy extraña: una mezcla de tristeza y alegría, pues comprendí que el frijol murió para transformarse en una hermosa planta.

Hoy, a casi doce años de la gestación de tu vida, vienen a mi mente tantos recuerdos: tu vida iba desarrollándose dentro de mí, y aunque no podía verte como a mi plantita de frijol, sentía el crecimiento de tu cuerpo. El espacio se reducía: te preparabas para salir al mundo. Ya no eras mi frijolito.

Ahora vives una transformación más, pues comienzas a dejar atrás la infancia para convertirte poco a poco en adulto. Y pese a mi añoranza por el niño que fuiste, siempre existirá en mí una esperanza por el hombre que puedes llegar a ser.

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