La chispa infinita

La velocidad del auto no nos dejó sentir la adrenalina que subía en nuestras cabezas. 

Compañeras de la escuela desde los 9 años, Sandra se dirigía a todos con una cualidad innata. Mientras hablaba frente a la clase todos, incluyendo a los maestros, se quedaban sin palabras.

Su cabello dorado iluminaba su rostro, el olor de su piel siempre a fresco, cómo nos reíamos por que su falda cortita lograba que los compañeros tuvieran erecciones que tapaban con sus cuadernos, estábamos en la secundaria y todos reaccionaban a sus caderas y a la manera que se paseaba por los pasillos del colegio. Para mí, Sandra representaba todo lo que yo quería ser, mi cuerpo era similar pero mi rostro moreno no llamaba la atención como el de ella. 

Nos volvimos amigas desde el día uno que llegó de California, su casa estaba a un lado de la mía y sus papás confiaron en los consejos de los míos, la inscribieron al mismo colegio, íbamos a clases de danza juntas, tocábamos el piano en mi casa y prácticamente estábamos juntas todo el día. 

Cómplices de travesuras, siempre me daba consejos de cómo enamorar a los niños, con una precocidad que yo no tenía, la primera vez que me besó fue como tocar el cielo, para ella era como besar una manzana, así me lo dijo.

—Esta es la primera lección del beso. Tienes que rozar los labios, mojar los del chavo en cuestión con tu lengua y después meter la lengua poco a poco para abrir la boca y ¡listo!

El beso mojó todo mi cuerpo, pero sabía que era solo porque era la primera experiencia que tenía con otro ser humano.

En un par de meses estábamos de novias de unos hermanos que nos llevaban a pasear y a todas las fiestas. Teníamos solo 15 años. En esa edad solo queríamos disfrutar y divertirnos. Sandra quedó embarazada y no pudo contarle a nadie más que a mí. Juntamos la cantidad necesaria para ir al ginecólogo y pedirle que le hiciera un legrado. Ahí estuve tomando su mano. Cuando salió de la cirugía, me contó que al ver la luz arriba de la plancha lo único en lo que pensó fue en el día en que había concebido a ese bebé. Carlos su novio era un chavo popular y la había llevado a un estado de magia.
En ese momento yo estaba celosa, de él, de su amor, de que la hubiera hecho sentir una mujer en su totalidad, lo único que no envidiaba era estar saliendo de esa cirugía.

Al crecer nos casamos casi al mismo tiempo, ella estudiaba relaciones internacionales y yo estaba por terminar la carrera de ingeniería química. Nuestros caminos empezaron a dividirse, cuando recibí su llamada unos años después, me emocioné como a los quince años.

Esa misma noche nos vimos para tomar una copa en el bar cercano de mi casa, estaba divorciándose por tercera vez y ya no quería pasar por lo mismo, su único hijo se había ido a estudiar de intercambio al extranjero y estaba muy deprimida. Me tomó la mano y volví a sentir esa sensación de mojarme toda. Bebimos toda la noche y como era poco el recorrido decidimos que no estábamos tan borrachas para manejar. Mi piel estaba erizada, sus manos tocaban mis brazos, yo no sabía que estaba sucediendo, entre la niebla de la noche y el alcohol no lograba entender mi propia mente cuando me besó en el auto. Nunca había sentido tanto calor en mí, el beso logró chispar mi vida, no vi cuando mi pie trastocó el acelerador y la confusión entre el alcohol, la noche y el beso se volvió una locura, las luces que vi no se si eran las chispas del motor o del amor que por fin nos habíamos confesado.

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