Las luces que iluminan el espacio dan una atmósfera underground. Lo primero que tienen que hacer los visitantes es cambiar su dinero por papel milagro, es decir por mis famosos Milagritos. Es como volver a ser niño y llegar a la feria, en cuanto entras tus endorfinas empiecen a segregarse en el cerebro.
Hay personas que se vuelven parte de mí, aunque sean pasajeras estoy seguro que cada una tiene conmigo una historia, ya sea de amor, desamor, amistad o hasta alguna que otra pelea.
Hoy después de 25 años encontré a una de tantas personas que fueron parte de mis inicios.
Generalmente ella salía de la agencia a las 7 pm. Los jueves, en lugar de ir a su casa, se quedaba un poco más de tiempo para adelantar algunas cosas u organizar la oficina. Si no había más que hacer, pedía posada en la casa de una amiga, tomar el camión para regresar a su casa era un viaje absurdo para después regresar a la Juárez. Su trabajo estaba a solo 10 minutos de distancia de mi ubicación.
En sus primeras visitas las mesas favoritas eran siempre las del pasillo cerca del baño, tenían muy buen espacio para bailar. Poco a poco volvió a visitarme más constantemente y cambió su lugar favorito a la barra para esperar a sus amigos.
Ella llegaba cuando se abrían las puertas, veía cómo todo empezaba a tomar su lugar: los vasos limpios recién lavados acomodados boca arriba en la barra posterior, las filas de botaneros llenos con cacahuates esperando el horario para ser distribuidos, el acomodo de las rosas en el panel de madera, veía como la luz se encendía para alumbrar la nopalera de hule espuma. Estaba en un lugar seguro, con gente conocida. Hasta Memo el mesero de la barra central la reconocía y, de vez en cuando, mantenían pláticas previas a la llegada de la gente.
Cuando Jamiroquai empezaba a sonar ella pedía su primera cerveza. En ese entonces las cuentas solo le daban para chelas y un mojito que pedía después de las doce de la noche, por cierto, el mejor que se servía en toda la ciudad según los conocedores. Las nubes en el techo le daban una sensación de relajación que hacía juego con las notas de la música. Era divertido ver cómo hacía la proeza de regresar a su banco en la barra cuando el lugar se llenaba tanto y había ido al baño. Estuvo ahí muchos jueves, disfrutando el inicio de su vida adulta, celebrando su independencia.
A veces busco a esa mujer entre mis nuevos visitantes: cabello tipo Bob, maquillaje smokey eyes, labial púrpura, vestida estilo grunge con falda larga y botas negras. Busco a esa mujer que no tenía miedo a la responsabilidad, esa que solo cargaba con ella misma.
Hoy la encontré en el reflejo de mi espejo. Una visita fugaz.
Se veía tal cual hace veinticinco años, disfrutando con un mojito en mano, en el bar Milán de la colonia Juárez, gastando Milagritos y bailando con ella misma.