La casa cuatro

Soñé que moría el vecino de la casa cuatro.

A veces tengo premoniciones. Es un don que me cuesta trabajo comprender.

Ojalá se hubiese tratado nada más de un mal  sueño pero me enteré por el conserje que efectivamente así fue.

El señor Reynel falleció en su habitación debido a un problema respiratorio bastante añejo y complicado. 

En su juventud fue líder sindical petrolero de la zona del Golfo.

Le sobrevive Rosita su querida esposa y compañera fiel. Hay una diferencia de edad considerable entre ambos. Veinte años por lo menos.

Llegaron al vecindario apenas el año pasado. Me tocó estar presente cuando la ambulancia arribó y un par de enfermeros lo transportaron en camilla hasta el dormitorio. Pude observar que era un hombre octogenario, de cuerpo largo y  delgado. Aún en pijama se veía distinguido.

Esa fue la primera y única vez que le ví.

Rosita causó sensación entre las vecinas por su cabello corto y nacarado, sus vestidos arriba de la rodilla, ceñidos al cuerpo y sus medias caladas que terminaban en tacones de aguja. Al principio nos dejamos llevar por su apariencia escandalosa pero después descubrimos que la nueva vecina era  alegre y generosa.

Locamente enamorada de su marido.

Le gustaba platicar con detalle acerca de las fiestas, viajes y lujos durante el periodo político del señor Reynel. Confesó que le sedujeron sus palabras finas, los pasos de baile y un aroma a cedro y vetiver que emanaba de su piel.

Cuando ya habían terminado los rituales funerarios fui a visitarla. En su cara no había rastro de maquillaje, ni de alegría tampoco. El glamour era cosa del pasado.  Envejeció en cuestión de días. Se fue haciendo pequeñita.

Se quejaba del frío dentro de casa, así que pedía tomar el sol en el portal. Allí pasaba horas sin hablar, con la mirada extraviada. 

Perdió peso, aliento y amor por la vida. 

Empezó a tener alucinaciones. Decía que bajo la escalera había un hoyo negro y que escuchaba la voz del difunto.

La temperatura solar ya no era suficiente, así que tomó la costumbre de subir al auto para resguardarse en el asiento trasero a modo de abrigo. Yo creo que encontró el calor que buscaba porque se quedó dormida para siempre.

Desde entonces la casa cuatro está vacía.

Dicen que un viento gélido recorre los pasillos

y que al entrar  es imposible dejar de tiritar. 

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