El regalo

Le llevó toda la mañana acicalar a sus hijos.  

Muy temprano les preparó un baño con lavanda para estar serenos, mandó  almidonar vestidos, bolear zapatos, trenzar  el cabello de Teresa, desenredar el de Ana, colocar el moño de Sofía y peinar con linaza a Juan, Pedro y Martín para que por un momento luzcan inmaculados.  

Recoge su cabello con la peineta de plata que usó el día de su boda, elige el mejor vestido del armario, ese que le hace ver esbelta y refinada. Adorna su cuello con perlas finas y por último se da un par de pellizcos en las mejillas para tomar color.

Licha contrató los servicios del señor Casasola, reconocido fotógrafo en la ciudad para tomar un retrato de ella con sus hijos.

El artista la sitúa en el centro de la sala, los niños más altos de pie, los menores sentados en bancos que equilibran la altura. El crío más pequeño en su regazo.

La luz del ventanal ilumina los rostros sutilmente.

Queda atrapado el momento.

Pronto será el cumpleaños número cincuenta de su marido,  desea sorprenderle con un regalo especial. Algo invaluable. 

Una foto de ella con sus hijos le parece significativa, el recuerdo puede acompañarle en sus múltiples viajes, traerlo como amuleto en su cartera o presumir  en el escritorio del despacho.

El día del festejo Don Carlos luce radiante; amigos y familia le acompañan. Después del banquete  llega el momento de abrir el regalo. 

Rompe con premura  la envoltura y,  queda en sus manos un hermoso marco de piel que acentúa la calidez de la imagen. 

Él mira la fotografía por un instante y sin decir palabra abandona la celebración.

No le dirigió el habla en varios días a su esposa. Se encerraba en la oficina hasta muy tarde y dormía en el cuarto de huéspedes para evitar un encuentro.

Una vez que pudo doblegar su disgusto le hizo saber su sentir.

Licha … ¡Qué idea locuaz, arbitraria y demente, carente de respeto y sentido!

¡Cómo se te pudo ocurrir  tomar una fotografía de  familia conmigo ausente!