A esa mujer

A esa mujer que no comprendí le pido disculpas.  A veces el tiempo es el mejor maestro.

A esa mujer le quiero decir que no estuvo mal cuando se descubrió engañada y, en un arrebato, rayó el coche de su esposo. Actuó desde la ira como es natural cuando se descubre que en quien se depositó confianza ciega por años comete alta traición a su matrimonio.

Que los gritos, llantos desgarrados y maldiciones que sus hijos le escucharon decir no estuvieron de más, salían de ese rincón salvaje que nubla cualquier norma de la buena conducta. ¿Quién puede mantener la compostura cuando el susodicho, al verse descubierto no se disculpó, solo se escudó culpándola por su carácter, su edad, sus acciones y decisiones?

Quiero decirle que es muy difícil llevar un divorcio en armonía cuando  se carga a cuestas tantas noches donde él llegaba de otro lecho a ocupar su cama con las manos sucias de engaño.

 ¿Cómo puede alguien portarse con dignidad si termina pisoteada?

¿Cómo puede ella salir de la obscuridad si, la otra parte, desde su comodidad minimiza sus sentimientos?

Si, el matrimonio estaba herido por ambas partes pero él prefirió el camino del engaño antes de hablar con la verdad.

Entiendo que por miedo, compromiso o amor lo aceptara cuando quiso volver solo para descubrir que regresar a lo mismo ya no era opción.

A lo mejor si hubiera sabido pintar, escribir, cantar  o bailar hubiera creado sendas obras de arte expiando su dolor, pero en cambio se escondía en su coche a escuchar canciones de desamor. Esa mujer era de las que prefería el silencio pero en esos años muchas canciones se convirtieron en sus aliadas.


Algunos nos enojamos con ella por sus reacciones desbordadas, su odio hacia la otra mujer y su desesperación de venganza. No entendíamos que todas las emociones obscuras que sentía formaban parte del proceso, que no podía salir de ellas negándolas. Ella misma las expresaba con sentimiento de culpa y creyendo que no estaba a la altura de la situación ¡Pues claro que no estaba a la altura¡ Estaba donde debía de estar: enojada, ofendida, con miedo y, lo que es peor, sola porque una infidelidad te deja sola aunque tengas muchos hombros en donde llorar.

A esa mujer quiero pedirle que suelte las culpas, lo hizo cómo pudo. Pataleó para no ahogarse, si salpicó demasiado ni modo. El chiste era sobrevivir y lo logró. Para poder construir a la mujer que es tuvo que empezar por aceptar que aunque el mundo le dijera que debía de cuidar su manera de reaccionar por ser madre, que de ella dependía mantener a la familia junta  y aunque  se ganara el coraje y reproche de sus propios hijos, tenía que hacer catarsis, vomitar los demonios que la habitaban para poder empezar a perdonar, no perdonarlo a él sino a ella misma, a aceptar y reconocer que aunque seguramente falló en algunas cosas NADA justifica que la engañaran.

En algún momento fui quien la juzgó olvidando ver que antes que todo era un ser humano herido tratando de descubrir qué quedaba de ella después de la catástrofe. Mostrarse vulnerable es lo que necesitaba, no se puede llegar a terapia a desarrollar autoestima e inteligencia emocional sino se empieza por abrazar la obscuridad que a veces gobierna. En muchas ocasiones es imposible actuar desde la empatía, la razón, el cuidado y el entendimiento sin antes hundirse en el pantano.

A esa mujer quiero decirle gracias por no cuidar las formas, por vivir su dolor, por ser una mujer que no se obligó a callar, a cubrir, a minimizar lo que pasaba por el bien de los demás o por su comodidad. Decidió enfrentar un mar embravecido con tal de recuperar su valor, su autonomía y su verdadero ser.

Muchas veces dijo que la decisión de separarse la tomó pensando en dar un buen ejemplo a sus hijos. No estoy segura que sea del todo cierto porque los motivos que no vienen primero desde el yo merezco no duran, así que no hubiera llegado hasta donde está ahora. A lo mejor fue lo que le dio impulso pero nació desde el fuero interno de no querer ese amor desvirtuado que le ofrecían.

Quiero decirle que con el tiempo he descubierto que no todas las mujeres son capaces de ser tan valientes como ella. Que muchas veces las mieles de la estabilidad o el miedo a lo desconocido persuaden más que un futuro distinto con libertad, porque esta añorada señora llega con la responsabilidad de asumir, reconocer  y  tomar decisiones, lo cual, inevitablemente, asusta.

A esa mujer le aplaudo de pie.

A esa mujer le digo, LO HICISTE BIEN.

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