La nueva habitación

Alejada del resto de la familia, Matilda duerme en su nueva habitación, por ser la mayor de sus hermanas tiene el privilegio de estrenar, su hermana menor dejo la cuna que estaba en la habitación de sus padres y ahora ocupa la camita que antes era de Matilda. La nueva habitación tiene un tapiz precioso que Matilda escogió, su papá considero que a sus siete años ya tenía el gusto suficiente para elegir su propio papel tapiz, no se equivocó. Tenía unos ligeros tonos lilas y rosas, que con la luz del sol daban una leve sensación tornasol.  Los muebles de la recámara también eran nuevos, los compraron en la mueblería de moda. La habitación tenía un ventanal de techo a piso por el cual podía ver hacia el enorme jardín de los vecinos, una pareja de abuelos, quienes todos los fines de semana recibían a sus nietos. Matilda los veía a través del cristal y les gritaba por la ventila. ¡Cómo le hubiera gustado que la invitaran a jugar! Seguramente su papá no le hubiera dado permiso.

La nueva habitación no era del todo nueva, era parte de la construcción original de la casa,   en principio no estaba unida a ella, se encontraba arriba del cuarto de lavado, para acceder había que subir por una escalera vieja y oxidada, su madre le tenía prohibidio ir.  Matilda se sorprendió mucho cuando su papá anunció que sería su nuevo cuarto. Dudosa veía como avanzaba la adaptación de la habitación y la construcción del pasillo que atravesaría el patio y conectaría la nueva habitación con la sala de juegos y así con el resto de la casa. El pasillo tenía una enorme pared de cristal, a su papá le pareció novedoso, Matilda hubiera preferido que lo cerraran por completo, cada noche corría temerosa y de un brinco se metía a su cama, procuraba moverse lo mínimo posible, se cubría con las sábanas de pies a cabeza cuidando que ninguna extremidad saliera del perímetro del colchón, se imaginaba que algo vivía de bajo de la cama y que si dejaba una mano o pie libre de la protección de las sábanas, sería arrastrada a los abismos de la oscuridad.

Una noche, Matilda estaba profundamente dormida cuando derrepente escuchó ruidos, modorra y asustada no pudo identificar qué o quién los producía, trató de conciliar el sueño nuevamente sin mucho éxito. Al día siguiente mientras su mamá la peinaba para ir a la escuela, le contó lo que había sucedido la noche anterior, ensimismada en sus pensamientos y prisas, su madre le dijo que seguramente era el viento.

Noche tras noche Matilda seguía despertándose con ese ruido persistente, un leve arrullo que martillaba cada noche su mente y su corazón. Cada mañana amanecía más ojerosa, más cansada y se sentía más ignorada, su madre siempre ocupada con su hermana pequeña, la consolaba diciendo que rezara el rosario para volver a dormir, pero el ruido no paraba.

Por fin una noche reconoció el sonido, era el cu cu cu cu de palomas, de decenas de ellas, inundaban el espacio por completo, como si estuvieran en la habitación con ella, Matilda tapaba sus oídos, quería correr hacia la habitación de sus padres, pero el miedo a recorrer el pasillo se lo impedía. En un arranque de valor, compungida y mocosa corrió por el pasillo y despertó a sus padres. Su madre entre molesta y desesperada siguió a Matilda mientras escuchaba como la niña entre sollozos explicaba que en su cuarto se escuchan palomas.  Cuando llegaron a la habitación no escucharon nada, el silencio predominaba en el lugar. Regañada y asustada Matilda regresó a su cama.

Matilda comenzó a quedarse dormida en clases, su rendimiento escolar bajó considerablemente, pasó de ser una niña participativa y alegre, a mostrarse huraña y evitar a sus compañeras. Su maestra preocupada, pues cada día la veía más desmejorada, citó a sus padres, quienes por primera vez mostraron señales de alarma.

La madre de Matilda la llevó al médico general, le manifestó que su hija estaba nerviosa pues había tenido muchos cambios con la llegada de su nueva hermana, la entrada a primaria y el cambio de habitación; nunca mencionó a las palomas. El médico le recetó unas gotas llamadas Plegicil, así que, Matilda a sus siete años tomaba un somnífero sedante para poder dormir. Las gotas funcionaban pero no evitaban que el gorjeo regresara despertándola. La llevaron también con una señora para curarla de espanto, le rezaron credos y susurraban a su oído : “Espíritu de Matilda, ven, no te quedes ven.” Eso asustaba a Matilda más que el sonido de las palomas. ¿A dónde se iba su espíritu?

La desesperación se sentía en toda la casa, los padres de Matilda no sabían como solucionar el problema y ayudar a su hija, preguntaron a los vecinos si alguien tenía palomas, todos contestaron que no. Solo faltaba la pareja de abuelos que tenían en su casa el jardín que veía Matilda desde su ventana, habían estado de viaje y no habían podido hablar con ellos.

Una noche tocaron a la puerta de los vecinos, les preguntaron si tenían palomas, a lo que respondieron que no, la madre de Matilda comenzó a llorar y les relató lo que sucedía a su hija noche tras noche. El señor Vicente, les contó que el antiguo dueño de la casa —un prestigioso médico— tenía palomas mensajeras y que el cuarto de Matilda era el antiguo palomar. Todas las noches ellos escuchaban como las palomas se arrullaban, pues eran decenas de ellas. Una mañana se sorprendieron al ver a las palomas volando, el doctor las había dejado libres, les pareció muy extraño, pues eran su pasatiempo y las adoraba, más tarde se enteraron que el doctor se había suicidado en su consultorio, la noticia consternó al vecindario y a la ciudad entera, pues era una persona muy conocida y querida. Tiempo después la familia dejó la casa y la pusieron en venta.

Los padres de Matilda se entusiasmaron al encontrar una explicación, sin embargo seguían sin entender porque su hija escuchaba por la noche a las palomas. Ya nada importaba, pues al llegar a casa encontraron a Matilda sin pulso y cubierta de plumas. Las palomas se la habían llevado.

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