Mi madre tirita de frío, pero no hay puerta ni ventana abierta. ¿Por dónde se cuela ese aire atrevido y descortés?
Me apresuro para despojarla de su ropa. Primero un brazo, luego el otro.
Sigo con las piernas. Sus extremidades se han debilitado con el paso de los años.
Ya no le obedecen. Se han vuelto tercas e insensibles.
Ahora mis brazos son los suyos.
Y con ellos enjabono su cuerpo y enjuago su cabello.
La dejo unos minutos bajo la lluvia cálida de la regadera para que las gotas saltarinas acaricien su piel.
El cuarto de baño se vuelve una nube. Un pequeño cielo. No puedo ver más allá de mi mano. Guardo silencio.
La miro a través del cristal, desnuda, sin pudor, sin pena.
Parece una niña desvalida.
Lucho ferozmente para no convertirme en su madre.
Defiendo mi lugar de hija. No quiero ser huérfana.
Mi rostro se humedece, no sé si achacarlo a un par de gotas fugitivas o a mi tristeza.
4 comentarios
Añade el tuyo →Nostalgia. Que bello Adry.
Hermoso Adry. Lloro contigo y te veo en la escena. Me encanto
Me conmueve mucho tu relato Adriana.
Nadie nos prepara para este momento, en muchos casos se convierte en conflicto familiar, solo pido paciencia y amor para cuando suceda.
Adry ha sido todo un honor acompañarte en este viaje que te ha tocado vivir junto a tu mamá, te admiro mucho porque lo haces con paciencia y con amor aunque el cansancio y las dudas te agobien.