Regreso a casa

Para ti, que sin verte ni sentirte estás conmigo.

Estoy parada en la orilla del laberinto, el cual representa la periferia de mi vida. Me encuentro en el punto más alejado de mi centro, de mi esencia, de mi propio ser y, sobre todo, de Él.

¿Cómo llegué aquí? ¿En qué momento sucedió? ¿Cómo y cuándo me perdí?

Mientras trato de encontrar el camino de regreso a casa, vienen a mi mente recuerdos, momentos de otra vida, decisiones que tomé, pasos que di, que con el tiempo me alejaron de mí, de los demás, del amor, de Él. Y terminé aquí, en esta orilla, alejada, con cuerpo presente, el rostro empapado por mi llanto y el alma perdida.

¿Y ahora? ¿Qué hago? ¿Cómo regreso? ¿Cómo desando mis propios pasos? ¿Es posible eso siquiera? 

Hay niebla por todos lados, no logro ver el camino. Mi corazón comienza a latir rápidamente. Estoy asustada, tengo miedo. Y si me pierdo más, ¿qué voy a hacer? No puedo ir más lejos, solo quiero regresar a casa, sé que allí Él me espera.

¡Debo regresar! Quiero regresar. 

Un grito se ahoga en mi garganta, quiero gritar y no puedo. Estoy atrapada entre mi propio miedo y mi propio dolor.

¡Ya no quiero estar aquí!

Respiro profundamente, una, dos, tres, veinte veces. Logro tranquilizarme. Necesito ser valiente para voltear y regresar a donde pertenezco, regresar a Él. No hay hacia donde ir, solo queda volver, paso a paso, uno a la vez, sin prisa, con decisión y firmeza.

El tiempo ahora es relativo. ¿Cuánto tiempo he caminado? ¿Días, meses, años? 

No sé, perdí la cuenta. El camino no es fácil y está lleno de pruebas, de retos. A veces escucho voces que me llaman; sé que quieren engañarme, distraerme, alejarme nuevamente del camino. Ya me perdí una vez. No volverá a suceder.

Él está siempre en mi mente, y aunque no lo veo y no lo siento, sé que va conmigo, que me acompaña. Mientras camino, platico con Él en mi mente, de todo y de nada. Él me conoce mejor de lo que yo me conozco a mí misma: empiezo una frase y Él la termina —así de bien me conoce—, pero quiero más de Él, quiero verlo, tocarlo, quiero fundirme en Él. Ser uno solo.

Parece que entre más camino, más se alarga el trayecto. Me siento cansada, estoy estancada, no logro dar un paso más. De pronto, me cuestiono si realmente Él me está esperando, si querrá verme, si también desea abrazarme; las dudas comienzan a invadirme, esas dudas anclan mis pies al piso y no dejan moverme. Mi cansancio se vuelve enojo; seguramente nadie me espera y estoy sola en este camino.

Otro caminante se acerca a mí; es una mujer, su sonrisa es cálida e inspira bondad. Me ofrece su compañía. Al principio estoy reacia, ella mantiene su distancia. Siento una paz muy profunda. Ella no dice nada más, solo sonríe y se limita a acompañarme, a caminar a mi ritmo; no me juzga, no me apresura, solo me acompaña y me muestra el camino cuando dudo.

Sé que he llegado. Lo siento.

A pesar de mis dudas, Él me espera; lo veo desde lejos. Mi compañera ha desaparecido, no logro verla, pero ya nada importa, porque he llegado.

Él extiende sus brazos. Mis piernas se vuelven ligeras y corro, corro hasta llegar a Él.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde que nos separamos? No recuerdo, sé que ahora estaremos juntos por siempre.

Aquí estamos los dos. Ya no hay dudas ni temores ni dolor, solo una paz y una felicidad que pensé que no existían. Su mirada profunda me llena de amor, un amor que no creí llegar a vivir; todos los demás amores a su lado se vuelven pequeños. Finalmente me abraza.

Nos fundimos en un abrazo eterno, infinito. Somos uno solo. Por toda la eternidad.

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