One way Flight

La despedida fue rápida, con muchos consejos, bendiciones y pocas lágrimas. Maryam agita su mano temblorosa para decir adiós a sus padres antes de entrar al área del filtro de seguridad. Es temprano, su vuelo sale dentro de dos horas, tiempo que planea pasar leyendo, quiere mantener la mente ocupada, no quiere llorar. Siente un cosquilleo en el estómago y un nudo en la garganta, como si se le hubiera atorado una nuez entera. Revisa por décima vez su boleto y pasaporte. Se ajusta el velo mientras acomoda cuidadosamente su cabello dentro de el.

            El aeropuerto está lleno de gente, ruido, prisas y anuncios que salen vociferando de los altavoces, se siente abrumada. Toma asiento en la butaca más cercana al mostrador de la sala de espera, teme no escuchar o no entender algún anuncio relacionado con su vuelo. El trayecto hacia Beirut es corto, apenas cuarenta y cinco minutos, después de una espera de seis horas tomará un avión con destino a Madrid en donde esperará otras diez antes de viajar el último trayecto, el más largo, hacia La Habana, Cuba. Maryam revisa la reservación de los vuelos,  lee las palabras one way flight, al ser plenamente consciente de que no tiene fecha de regreso, comienza a llorar.

            Maryam es una joven de diecinueve años, su padre es de origen sirio, su madre es cubana. Hasta el día de ayer vivió en la ciudad de Aleppo, Siria, bajo la protección y cuidado de su familia, fue criada y educada bajo los preceptos del Islam. 

            María, la madre de Maryam, salió de Cuba hace veinticinco años en busca de una mejor calidad de vida, se casó con Ahmed un sirio bastante progresista para ser musulmán. Irónicamente ahora su hija mayor regresa a Cuba, pues la Universidad de La Habana le ofreció una beca, una oportunidad que no tendrá en Siria.

            Durante el último vuelo Maryam por fin lográ relajarse y duerme la mayor parte del tiempo, se tranquiliza al pensar que vivirá con su abuela Martha, esa abuela con ojos azules, iguales a los de ella, que solo conoce por fotografía y en los últimos años por videollamada, aunque no está segura de como será realmente vivir allá, su familia materna tiene religión y costumbres diferentes a las suyas, por suerte su madre se empeñó en enseñarle español, por lo que el idioma no es problema para ella. Despierta una hora antes de aterrizar, comienza a pensar que tal vez hubiera sido mejor quedarse en Siria y casarse, como lo hacen muchas jóvenes de su edad, así estaría cerca de su familia, de su hogar, pero no fue educada para eso.

Después de treinta horas de viaje por fin aterriza en el Aeropuerto Internacional José Martí, el caos reina siempre en todos los aeropuertos. El aeropuerto cubano no es grande,  tampoco moderno; logra ubicarse para llegar a migración y entregar sus documentos. Un agente la recibe y mira extrañado, María extiende su pasaporte cubano, pero su apariencia no es cubana, no con ese velo que cubre su cabeza. Después de varias preguntas que María entiende a medias, pues aunque habla español, no está acostumbrada al acento y a la rapidez con la que se habla en Cuba, presenta al agente la carta de ingreso a la Universidad de La Habana, a Maryam le pareció una eternidad, el agente finalmente sella su pasaporte.

Atraviesa las últimas puertas y de inmediato reconoce a la bulliciosa familia Sosa, gritan su nombre y hacen señas, se acerca a ellos y la reciben con un abrazo colectivo. 

Al salir del aeropuerto siente inmediatamente como se pega la ropa al cuerpo debido a la humedad, está acostumbrada a llevar el velo, pantalones y manga larga a pesar del calor, esto es diferente. Sube con su abuela y abuelo a un automóvil desvencijado, el resto de la familia, hace el trayecto en taxi, gastan una pequeña fortuna para ir a recibirla. La ciudad luce ruinosa por el paso del tiempo, a diferencia de Aleppo que luce vieja y descuidada debido a la guerra y los bombardeos. Pasan por el malecón, siente la brisa marina en su cara, está segura de acostumbrarse a vivir escuchando las olas del mar. La cháchara de su abuela la reconforta, se parece a su madre. Se siente tranquila, llegan a casa, a su nuevo hogar. Está en Cuba, tal vez no lista, pero sí entusiasmada de empezar una nueva aunque diferente vida.

6 comentarios

Añade el tuyo →

Si, salir de casa es un reto. No importa la edad ni a donde te dirijas. Es de valientes hacerlo.

Gracias por leer.

Excelente relato.

Me quedo con ganas de saber cómo serán los siguientes años de Maryam y el siguiente cambio al concluir la universidad.

Deja una respuesta